Posts Tagged ‘Juan Ramón Jiménez’

Calderón Cadáver

julio 25, 2015

El Cadáver de Calderón, representadoTerminamos la 11ª Temporada con más sobresaltos que celebraciones. Así va el periodismo cultural en este país. De periodismo en general no hablamos, ya conocemos las tercermundistas condiciones en que trabajamos los freelance, sea en Siria o en España. Sí publicaremos sobre ello en septiembre, en un artículo ya redactado sobre el anti-periodismo de «versión original«; las eternas ínfulas del poder por controlar la información, que sólo su versión sea original, que no existen otras fuentes porque nos encontramos en presencial del Absoluto. También hablaremos de cómo gusta al Poder rodearse de intelectuales, creadores o escritores. O mejor autores, porque como dice José Elgarresta en «Cutrelandia. La república de las letras«: el escritor quiere trascender, mientras el autor busca el peculio en esta vida mortal (mejor vayan a la página 14, que esto es resumido).

Acompañada de las olas de calor que recorren Hispania, creo que es más conveniente de momento hablarles sólo de escritores. Ya llegará el hedor y chirriar de cadenas en el inicio del nuevo curso. De momento intentemos usar la literatura – y la cultura en general- para el bien de la humanidad y no para el enriquecimiento de unos pocos.

El 21 de agosto se estrena en España la película Mr. Holmes, dirigida por Bill Condon, basada en la novela homónima de Mitch Cullin. Interesante no sólo por el logrado personaje de Conan Doyle sino porque el libro y la película van más allá; es Sherlock Holmes el que escribe, el personaje se convierte en el escritor, o al menos quiere serlo en su epitafio.

La imagen del detective impacta, resulta original y creíble. Por su puesto, va por delante la maestría anglosajona a la hora de recrear personajes históricos, reales o ficticios, y aunque el director sea estadounidense (o por eso mismo que el imperio llega hasta allí). Recreación que echamos en falta en producciones propias, lamentablemente, como en el «biopic» de Juan Ramón Jiménez, «La luz con el tiempo dentro» que vimos hace unos meses. Comentábamos entonces que la película cumple el objetivo de animar a la lectura del Nobel, pero cinematográficamente falta de todo, desde guión hasta realización, o actuación. Sin duda pocos la vieron además por su falta de distribución comercial.

Además de escritores que el cine no ha podido mostrarnos como debe, hay películas donde los escritores son de cartón piedra, no humanos. Quizá eso quería reflejar Win Wenders – que todos estamos perdiendo humanidad- en la recién estrenada «Todo saldrá bien«. La historia de un novelista que más parece un psicópata (ya saben esa manía de relacionar el arte con estados alterados de la psicología), y al que acompañan figuras no menos extrañas como el personaje de Charlotte Gainsbourg, la madre que pierde a un hijo y reacciona con la misma frialdad que el escritor asesino (y no les desvelo nada, éste es el inicio de la peli).

Me hizo pensar en otra película que recientemente se proyectó en el Ciclo de Cine Serbio del Ateneo de Madrid, La Trampa (accesible en YouTube y basada en la novela homónima de Nenad Teofilović), donde sólo la idea de perder a un hijo puede tener terribles consecuencias, donde la frialdad de nuestra época (también reflejada) no puede con la maltratada raíz humana, ¿ o sí?

Todavía más compleja si cabe me ha parecido la obra de teatro que da título a este artículo, Calderón cadáver, que empieza como si fuera una revisión poco interesante del gran autor barroco. Quizá es lo que quiere transmitir la escenografía inicial y la actuación previa de los personajes: simples dualidades de imagen y géneros:

Calderón Cadáver inicio

Inicio de «Calderón Cadáver», en Nave 73. Madrid

Así era también la obra de Calderón, las fuerzas antagónicas del bien y el mal siempre en guerra. La obra- y hasta los personajes- se revelan y rebelan poco a poco, mostrándonos no sólo la grandeza del primer escritor (como siempre, más reconocido y entendido fuera que dentro) sino la de los otros 8 que crean el libreto de esta obra. Lamentablemente, la exhibición teatral en España es tan parca que sólo se pudo ver unos días en Madrid. Vamos a estar atentos a que vuelva, o al menos, hacernos con el texto teatral si es posible, que nos pareció impecable y muy bien actuado.

Esta obra consigue que el Cadáver de Calderón esté todavía muy vivo, evidentemente nunca murieron sus creaciones. Y, dado que Presidencia de Gobierno nos invita este lunes a la primera reunión de la Comisión Nacional para el aniversario mortuorio de Cervantes (1616), recomendamos vivamente a sus miembros que se ocupen de revivir el cadáver de Miguel – al estilo de este Calderón- con la grandeza intelectual de su obra, y no de sus huesos.

Platero un burro sin más

junio 29, 2012

Recorriendo el Madrid de la letras con Dostoievski

Por Salvador Moreno Valencia

-Consideremos que a Platero y yo, podríamos cambiarle el título y ponerle Platero y tú, cosa que el autor no nos iba a permitir con toda seguridad. Pero tratándose de la ficción que para tal fin se está recreando este paseo por el Madrid de las letras -que ni yo, ni el señor Dostoievski, hicimos jamás-, podremos hacerlo, ¿no cree?

-Dicen los expertos en novela que en éstas han de ocurrir cosas, y no sé si en este recorrido por Madrid ocurren cosas, por tanto no podríamos definir este relato como novela, quizá como ensayo. Vamos a ver, ¿y si matamos a Platero, o a Yo, o mejor a Tú?, tendríamos que hemos asesinado un cuento tan empalagoso como cursi, y además su relato se convertiría en novela.

-Mi querido batuchka, le recuerdo que estamos ante su insigne autor, por tanto mejor será que se lo propongamos a él.

-Sí, es cierto, seré yo el que le haga la propuesta.

Sentados los cuatro, el poeta, su acompañante -que no le quitaba ojo de encima a mi compañero-, y nosotros dos, y habiendo pedido una ronda de vino, mi maestro se entonó y le soltó a bocajarro al escritor lo que pensaba sobre su cuento.

-Mire, amigo Juan Ramón, permítame que le dé mi opinión sobre su cuento, ese del burro. Ya sé que no me la ha pedido, no importa, como aquí mi amigo es el que está creando esta ficción, usted, de momento, se tiene que aguantar hasta que el narrador de esta historia le de voz en ella. Le decía que quiero darle mi opinión sobre su cuentito, el que me parece de una simpleza casi terrible, no me gusta lo simple, de una ingenuidad apabullante. Es más que evidente que su posición social ha debido venir a poner en la balanza algo en su favor, y lo que es un insulso cuento, lo han convertido en una gran obra de arte. Dígame, ¿dónde radica la belleza de ese cuento?

En este momento Fiódor me obliga a dar voz a Juan Ramón, al menos para que se defienda del ataque del maestro sobre su cuento, pero ¿cómo darle voz a un escritor que escribe cosas como estas?:

Todas la rosas blancas de la luna caían,
por la ventana abierta, en el cuerpo desnudo…
Mirando aquellas carnes blandas que florecían,
hundido entre mis sueños, yo estaba absorto y mudo.*

 

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…**

 

No me queda más remedio, los del parnaso me quemaran en la hoguera de la ignorancia, mejor que me quemen en la de las vanidades, pero aquí voy, raudo y decidido a ponerle voz a Juan Ramón.

-Lo que dice usted de mi cuento, me parece bien, sobre todo viniendo de un… -hizo un pausa, tomó un trago como queriendo buscar en el poso del vino un sedimento, una piedra con la que darle en la cabeza al que iba a llamar-… un bolchevique, porque sin duda es usted ese que escribió Crimen y castigo y otros libros que no tienen la calidad literaria que ha de tener un libro, pero se ve que en Rusia quitando al gran Tolstoi todo vale. Le decía amigo Dostoievski, que si usted considera mi cuento algo insulso, amanerado y sin consistencia, quiero decir sin contenido, se equivoca, porque Platero y yo es una obra maestra, una metáfora del mundo… -carraspeó el poeta, acarició el rostro de su acompañante que no dejaba de mirar a Fiódor y siguió con sus argumentos sobre su cuento-. Si no me equivoco el cuento que usted quiere echar  por los suelos ha sido, y es considerado, uno de los mejores cuentos jamás escritos. Así que no voy a decir más en su defensa.

-No hace falta que diga más, ya veo que usted está sobrado de vanidad y su propio ego es más grande que la catedral de la Almudena, pero déjeme que le analice este párrafo de su cuento y dígame dónde está la metáfora y qué se oculta tras ella, si es que hay algo que ocultar, porque no me dirá usted que su cuento es una clave de la revolución que se está fraguando en todo el mundo, sí, esa, la de la clase obrera, a la que usted, por suerte o por desgracia, no pertenece, y tampoco veo que la defienda con su actitud, y mucho menos con el modo de vida que lleva, y corríjame si me equivoco.

-Se equivoca por completo, soy un nato defensor de los derechos del hombre, a ultranza de lo que usted crea, esto me da igual, tengo la conciencia bien tranquila.

-Y no lo dudo, amigo, porque ya se ve en sus versos que su conciencia parece dormir sobre nubes de algodón rosa o violeta, y ahora déjeme al fin hacer ese pequeño análisis de su cuentito -la acompañante del poeta miraba con embelesamiento a mi amigo, sin duda había caído rendida ante la arrogancia de éste, y ante sus ojos-. Escribe usted: “Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…»

-Usted nunca ha tenido un burro, y lo más cerca que ha estado de uno ha sido cuando ha inventado este burrito abstracto y lleno de lirismo cuando a su alrededor el pueblo, la gente, mi querido amigo, se muere de hambre, de frío, y está siendo doblegada por la imposición de la clase, que precisamente a usted le encumbra. Cierto es que al burro si se le deja suelto en el prado se comporta como usted  lo describe, en eso sí hay cierto aire de realismo, pero que un burrito haga esas chorradas de acariciar tibiamente con su hocico… las florecillas…, me parece obsceno querer dotar de personalidad a un animal, y más cuando se trata de un jumento. Además que esas palabras poseen un aire de candidez que uno cuando las lee y mira a su alrededor no tiene más que la sensación de que éstas, sus palabras y su cuento, son vomitivos, además de falsos, no, amigo, usted es un poeta porque tiene alfombrado el camino, y no me venga ahora con que si tuvo que exiliarse… -esto pasará mucho más tarde de esta entrevista-… ni nada por el estilo, el poeta debe plasmar la realidad y escupirla a esa clase burguesa que lo destruye todo con tal de salvaguardar «su» arte, «su» poesía, «su» literatura financiando a poetas como usted.

Si aquello no acababa en duelo sería porque el carácter no violento de Juan Ramón, no lo iba a consentir, porque el discurso de mi buen amigo Fiódor, era insultante y de hecho el poeta sin responder a las palabras del ruso, se levantó llevando de la mano a su acompañante que parecía haber quedado en estado de éxtasis y totalmente enamorada del autor de El jugador. A mí me dirigió, el poeta, una mirada reprobadora y antes de salir me dijo.

-Mire con quién anda, y no le tendrían que decir aquello de que con quien te vi te comparé, usted vale más que ese condenado bolchevique.

Llamarle bolchevique a mi amigo no me produjo ninguna reacción, más bien indiferencia, sobre todo si venía de los labios de un poeta tan melindroso como este, y ya saben que no hace falta que les diga de qué lado estoy, así que mi querido batuchka y yo nos quedamos a celebrarlo, habíamos ahuyentado nada más y nada menos que al futuro premio Nobel de literatura, pero eso ni mi acompañante ni yo, ni siquiera el poeta, lo sabíamos en esos momentos.

-¿Qué me dice de la novia del poeta, amigo?

-Que no le ha quitado ojo de encima.

-Esa la tengo en el bote, amigo.

-Y que lo diga.

-Mire lo que me ha dejado con total disimulo.

El maestro me enseñó una nota doblada, que desdobló en ese momento, y en la que aparecieron el nombre de un bar, el día y la hora en que ésta lo invitaba a visitarla,  firmaba Zenobia.

-¡Tremendo amigo, es usted tremendo!, no sólo le descuartiza el cuento al insigne escritor sino que además le pone los cuernos, le admiro cada día más, no hay duda, se está usted convirtiendo en mi alter ego.

-No me adule tanto mi querido Rodia, y  pague la cuenta con los reales que esta mañana nos han entregado en casa del Fénix, y vayamos a esa residencia donde sin duda encontraremos a otros niños estirados, aprendices de fulanos escritores que no saben lo que es vivir la miseria en propia carne, esos que ven el mundo como si de un zoológico se tratase, tras el cristal, sin mancharse, y sin inmutarse, vayamos y hagamos lo que hemos venido hacer a este relato suyo que no es novela, ni ensayo, ni nada, aunque hayamos matado al burro, al Yo a al Tú y a ese Platero de algodón.

*Del Poema Rosas mustias cada día

**Platero y yo

Quevedo ausente

junio 25, 2012

 

Recorriendo el Madrid de la letras con Dostoievski

Por Salvador Moreno Valencia

Llamamos a la puerta  de la casa del insigne aristócrata poeta, pero no nos abrió nadie. Era bien probable que hubiésemos llegado en alguna de las ocasiones en que Quevedo estuvo desterrado, o preso.

En sus posesiones de La Torre de Juan Abad fue desterrado cuando el duque de Osuna cae en desgracia y con ésta arrastra a su protegido, al que le cuesta ese destierro, para más tarde ser preso en el monasterio de Uclés, en Cuenca la de las casas flotantes junto al río; pasando luego al arresto domiciliario en su casa de Madrid, frente a la que mi querido maestro y yo estábamos con la intención de entrevistarnos con el insigne literato, al que la vida tampoco lo trató con total benevolencia, como si existiera una especie de acuerdo en la naturaleza de los hombres, un acuerdo no escrito ni firmado, pero que se lleva a cabo en contra de los que destacan, diríamos que ese acuerdo está hostigado por la envida que en este país es moneda de cambio.

Dejamos atrás la casa del caballero de la Orden de Santiago y señor de La Torre de Juan Abad, para dirigirnos a la taberna del Gato, dado que ya era el medio día y nuestros apesadumbrados estómagos nos pedían algún tentempié, a pesar de que esa mañana habíamos desayunado opulentamente en la casa del Fénix, atendidos por su exuberante y hospitalaria ama de llaves.

-No hay suerte amigo, qué me hubiera gustado tener una platica con el señor Quevedo, autor de versos como estos:

 ¿Qué gracia puede tener

mujer con fondos de fraile,

que de sermones y chismes,

sus razonamientos hace?

Quien deja lindas por necias,

y busca feas que hablen,

por sabias, como las zorras,

por simples deje las aves.

Filósofos amarillos

con barbas de colegiales,

o duende dama pretenda,

que se escuche, no ose halle.

Échese luego a dormir

entre bártulos y abades,

y amanecerá abrazado

de Zenón y de Cleantes.

Que yo para mi traer,

en tanto que argumentaren

los cultos con sus arpías,

algo buscaré que palpe.

-Sí, es un genio de la métrica, del desaire, y de la sátira y de las conspiraciones, amigo de la buena vida y misógino empedernido, y si no, sólo hay que leer los versos en los que dice de las mujeres:

A los cuarenta y cinco es bachillera,

ganguea, pide y juega del vocablo;

cumplidos los cincuenta, da en santera,

y a los cincuenta y cinco echa el retablo.

Niña, moza, mujer, vieja, hechicera,

bruja y santera, se la lleva el diablo.

-¿Qué pesarán las feministas en estos tiempos de este poeta?

-Con toda seguridad, de existir, se las pasaría Quevedo como en su vida anterior, del destierro a la prisión y de la prisión al destierro por misógino y por tener lengua viperina y por importarle un comino el qué dirán: ¡que digan!

Llegamos a la taberna del Gato guardando el silencio que sucede a las gratas charlas, a los retoces en la ciencia del amor, a las grandes comilonas, y el que precede a todos los placeres mundanos que nos convierten en expertos hedonistas dispuestos a disfrutar de cuanto la vida ofrece, de lo bueno hasta el hartazgo, para olvidar que lo malo cuando viene no viene solo…

-¿¡Dos cañas amigos!? -grita el camarero cuando nos ve entrar. Acercándonos a un hueco que hay en la barra, asentimos con la cabeza casi al unísono el maestro y yo. Para nuestra sorpresa junto a nosotros está nada más y nada menos que el insigne Juan Ramón Jiménez. A esto sí que le podemos llamar viajar en el tiempo, ¿no es la literatura un viaje por el tiempo, leer a muertos, ser muertos, hacernos la idea de que todos somos muertos?

-Amigo Rodia, si mis ojos no me engañan creo que ese de ahí, sí, el que roza el codo con el suyo, no es otro que el famoso creador del burro esponjoso -me dice mi acompañante sin quitar el ojo del hombre que a mi lado se toma una caña tranquilamente acompañado de una mujer de belleza extraordinaria que descansa su trasero sobre el lomo de una criatura que no puede ser otra que Platero.

-Es una pena que a este poeta se le recuerde solamente por ese Platero, cuento insulso y apocado, algo cursi, y no se le recuerde por poemas más grandilocuentes como este:

Arriba canta el pájaro y abajo canta el agua.

(Arriba y abajo, se me abre el alma.)

Entre dos melodías la columna de plata.

Hoja, pájaro, estrella; baja flor, raíz, agua.

Entre dos conmociones la columna de plata.

(Y tú, tronco ideal, entre mi alma y mi alma.)

Mece a la estrella el trino, la onda a la flor baja.

(Abajo y arriba, me tiembla el alma.)

-También se le recuerda porque fue premio Nobel de literatura, ¿le parece poco?, y decir de Platero y yo, lo que acaba de decir le va a suponer no pocos enemigos, cuando en España Platero y yo está considerado como uno de los mejores cuentos, que a decir de su autor es para niños, pero también dice, el autor, en una advertencia que escribe como prólogo del libro y que firma en Madrid en 1914, lo siguiente:

“Advertencia a los Hombres que lean este libro para niños.

Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, está escrito para… ¡Qué sé yo para quién!…, para quien escribimos los poetas líricos… Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!

«Dondequiera que haya niños- dice Novalis-, existe una edad de oro». Pues por esa edad de oro que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.

¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te halle yo en mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!”.

-Muy bonito, pero poco real, muy lírico, de un lirismo exasperante para mí. Yo soy de otros poetas y de otros poemas más contundentes, más, por decirlo de algún modo, humanos. Y como dice Unamuno en su ensayo Soledad que cuando el hombre sea libre y no tenga secretos que esconder, y diga lo que piensa y siente públicamente descubrirán los hombres que son mucho mejores de lo que creían, y sentirán piedad los unos de los otros, perdonándose cada uno así mismo para luego perdonar a los otros, y yo digo lo que pienso y siento sin remordimiento alguno, y si Juan Ramón Jiménez y su burro me parecen ridículos, aunque tenga el premio Nobel o el que pudieran otorgarle no puedo por menos que serme fiel a mí mismo y no ir contra mis ideas o pensamientos cosa ésta muy peligrosa para mi salud. Así que para unos Platero y yo será el cuento primordial, y para mí, al menos, no lo es, y en esto no ha de afectarme que esa mayoría diga tal o cual cosa, porque entonces, ¿de qué me vale haber sido otorgado con el privilegio del libre albedrío?

-No se enfade mi querido batuchka, no se enfade, que yo le respeto, y suscribo sus ideas, de hecho estoy dispuesto a que me dilapiden, crucifiquen, o me den garrote vil antes que no ser un hombre libre con lo que ello supone para bien o para mal. Ya sabemos que será más para mal que para bien, porque vivimos en una sociedad que no permite ciertas libertades como la que usted, mi querido maestro, se acaba de tomar, pero mejor será trasmitirle estos pensamientos al autor del citado cuento, ya que lo tenemos aquí tan cerca, tan humano, tan físico y tan bien acompañado, y para serle franco, mejor para serle sincero, la palabra anterior deberían haberla borrado de cualquier diccionario por razones que otro día podemos esgrimir en este nuestro paseo por las letras de Madrid, la mujer que lo acompaña no le quita la vista de encima, le admiro a usted porque tiene ese tirón con las féminas.

-Eso es lo que usted cree mi querido Rodia, pero hagamos lo que propone, yo sin ningún pudor le expondré al poeta lo que de su cuento opino, haciendo una minucioso análisis del mismo, y si hace falta pondremos el cuerpo presente y lo diseccionaremos cual galenos en busca de las entrañas para no decir por decir las cosas y para llamar al pan, pan y al vino, vino.

Con respeto me dirigí al poeta, y éste me hizo un desaire que reprendió inmediatamente su acompañante y como una de las mesas de la taberna del Gato se había quedado desocupada decidimos sentarnos a ella. La tertulia fue excelente y de ella nació una gran amistad entre otras cosas porque fuimos honestos como propone Unamuno en su ensayo “Soledad”.