Recorriendo el Madrid de la letras con Dostoievski
Por Salvador Moreno Valencia
-Consideremos que a Platero y yo, podríamos cambiarle el título y ponerle Platero y tú, cosa que el autor no nos iba a permitir con toda seguridad. Pero tratándose de la ficción que para tal fin se está recreando este paseo por el Madrid de las letras -que ni yo, ni el señor Dostoievski, hicimos jamás-, podremos hacerlo, ¿no cree?
-Dicen los expertos en novela que en éstas han de ocurrir cosas, y no sé si en este recorrido por Madrid ocurren cosas, por tanto no podríamos definir este relato como novela, quizá como ensayo. Vamos a ver, ¿y si matamos a Platero, o a Yo, o mejor a Tú?, tendríamos que hemos asesinado un cuento tan empalagoso como cursi, y además su relato se convertiría en novela.
-Mi querido batuchka, le recuerdo que estamos ante su insigne autor, por tanto mejor será que se lo propongamos a él.
-Sí, es cierto, seré yo el que le haga la propuesta.
Sentados los cuatro, el poeta, su acompañante -que no le quitaba ojo de encima a mi compañero-, y nosotros dos, y habiendo pedido una ronda de vino, mi maestro se entonó y le soltó a bocajarro al escritor lo que pensaba sobre su cuento.
-Mire, amigo Juan Ramón, permítame que le dé mi opinión sobre su cuento, ese del burro. Ya sé que no me la ha pedido, no importa, como aquí mi amigo es el que está creando esta ficción, usted, de momento, se tiene que aguantar hasta que el narrador de esta historia le de voz en ella. Le decía que quiero darle mi opinión sobre su cuentito, el que me parece de una simpleza casi terrible, no me gusta lo simple, de una ingenuidad apabullante. Es más que evidente que su posición social ha debido venir a poner en la balanza algo en su favor, y lo que es un insulso cuento, lo han convertido en una gran obra de arte. Dígame, ¿dónde radica la belleza de ese cuento?
En este momento Fiódor me obliga a dar voz a Juan Ramón, al menos para que se defienda del ataque del maestro sobre su cuento, pero ¿cómo darle voz a un escritor que escribe cosas como estas?:
Todas la rosas blancas de la luna caían,
por la ventana abierta, en el cuerpo desnudo…
Mirando aquellas carnes blandas que florecían,
hundido entre mis sueños, yo estaba absorto y mudo.*
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…**
No me queda más remedio, los del parnaso me quemaran en la hoguera de la ignorancia, mejor que me quemen en la de las vanidades, pero aquí voy, raudo y decidido a ponerle voz a Juan Ramón.
-Lo que dice usted de mi cuento, me parece bien, sobre todo viniendo de un… -hizo un pausa, tomó un trago como queriendo buscar en el poso del vino un sedimento, una piedra con la que darle en la cabeza al que iba a llamar-… un bolchevique, porque sin duda es usted ese que escribió Crimen y castigo y otros libros que no tienen la calidad literaria que ha de tener un libro, pero se ve que en Rusia quitando al gran Tolstoi todo vale. Le decía amigo Dostoievski, que si usted considera mi cuento algo insulso, amanerado y sin consistencia, quiero decir sin contenido, se equivoca, porque Platero y yo es una obra maestra, una metáfora del mundo… -carraspeó el poeta, acarició el rostro de su acompañante que no dejaba de mirar a Fiódor y siguió con sus argumentos sobre su cuento-. Si no me equivoco el cuento que usted quiere echar por los suelos ha sido, y es considerado, uno de los mejores cuentos jamás escritos. Así que no voy a decir más en su defensa.
-No hace falta que diga más, ya veo que usted está sobrado de vanidad y su propio ego es más grande que la catedral de la Almudena, pero déjeme que le analice este párrafo de su cuento y dígame dónde está la metáfora y qué se oculta tras ella, si es que hay algo que ocultar, porque no me dirá usted que su cuento es una clave de la revolución que se está fraguando en todo el mundo, sí, esa, la de la clase obrera, a la que usted, por suerte o por desgracia, no pertenece, y tampoco veo que la defienda con su actitud, y mucho menos con el modo de vida que lleva, y corríjame si me equivoco.
-Se equivoca por completo, soy un nato defensor de los derechos del hombre, a ultranza de lo que usted crea, esto me da igual, tengo la conciencia bien tranquila.
-Y no lo dudo, amigo, porque ya se ve en sus versos que su conciencia parece dormir sobre nubes de algodón rosa o violeta, y ahora déjeme al fin hacer ese pequeño análisis de su cuentito -la acompañante del poeta miraba con embelesamiento a mi amigo, sin duda había caído rendida ante la arrogancia de éste, y ante sus ojos-. Escribe usted: “Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…»
-Usted nunca ha tenido un burro, y lo más cerca que ha estado de uno ha sido cuando ha inventado este burrito abstracto y lleno de lirismo cuando a su alrededor el pueblo, la gente, mi querido amigo, se muere de hambre, de frío, y está siendo doblegada por la imposición de la clase, que precisamente a usted le encumbra. Cierto es que al burro si se le deja suelto en el prado se comporta como usted lo describe, en eso sí hay cierto aire de realismo, pero que un burrito haga esas chorradas de acariciar tibiamente con su hocico… las florecillas…, me parece obsceno querer dotar de personalidad a un animal, y más cuando se trata de un jumento. Además que esas palabras poseen un aire de candidez que uno cuando las lee y mira a su alrededor no tiene más que la sensación de que éstas, sus palabras y su cuento, son vomitivos, además de falsos, no, amigo, usted es un poeta porque tiene alfombrado el camino, y no me venga ahora con que si tuvo que exiliarse… -esto pasará mucho más tarde de esta entrevista-… ni nada por el estilo, el poeta debe plasmar la realidad y escupirla a esa clase burguesa que lo destruye todo con tal de salvaguardar «su» arte, «su» poesía, «su» literatura financiando a poetas como usted.
Si aquello no acababa en duelo sería porque el carácter no violento de Juan Ramón, no lo iba a consentir, porque el discurso de mi buen amigo Fiódor, era insultante y de hecho el poeta sin responder a las palabras del ruso, se levantó llevando de la mano a su acompañante que parecía haber quedado en estado de éxtasis y totalmente enamorada del autor de El jugador. A mí me dirigió, el poeta, una mirada reprobadora y antes de salir me dijo.
-Mire con quién anda, y no le tendrían que decir aquello de que con quien te vi te comparé, usted vale más que ese condenado bolchevique.
Llamarle bolchevique a mi amigo no me produjo ninguna reacción, más bien indiferencia, sobre todo si venía de los labios de un poeta tan melindroso como este, y ya saben que no hace falta que les diga de qué lado estoy, así que mi querido batuchka y yo nos quedamos a celebrarlo, habíamos ahuyentado nada más y nada menos que al futuro premio Nobel de literatura, pero eso ni mi acompañante ni yo, ni siquiera el poeta, lo sabíamos en esos momentos.
-¿Qué me dice de la novia del poeta, amigo?
-Que no le ha quitado ojo de encima.
-Esa la tengo en el bote, amigo.
-Y que lo diga.
-Mire lo que me ha dejado con total disimulo.
El maestro me enseñó una nota doblada, que desdobló en ese momento, y en la que aparecieron el nombre de un bar, el día y la hora en que ésta lo invitaba a visitarla, firmaba Zenobia.
-¡Tremendo amigo, es usted tremendo!, no sólo le descuartiza el cuento al insigne escritor sino que además le pone los cuernos, le admiro cada día más, no hay duda, se está usted convirtiendo en mi alter ego.
-No me adule tanto mi querido Rodia, y pague la cuenta con los reales que esta mañana nos han entregado en casa del Fénix, y vayamos a esa residencia donde sin duda encontraremos a otros niños estirados, aprendices de fulanos escritores que no saben lo que es vivir la miseria en propia carne, esos que ven el mundo como si de un zoológico se tratase, tras el cristal, sin mancharse, y sin inmutarse, vayamos y hagamos lo que hemos venido hacer a este relato suyo que no es novela, ni ensayo, ni nada, aunque hayamos matado al burro, al Yo a al Tú y a ese Platero de algodón.
*Del Poema Rosas mustias cada día
**Platero y yo
Etiquetas: Juan Ramón Jiménez, literatura, Nobel, Platero, Zenobia
junio 29, 2012 a las 10:23 |
De esta entrada valiente me quedo con: el poeta debe plasmar la realidad y escupirla a esa clase burguesa que lo destruye todo con tal de salvaguardar “su” arte, “su” poesía, “su” literatura financiando a poetas como usted…
junio 29, 2012 a las 12:52 |
La entrada es valiente pero yo voy a serlo un poquito más. «Platero y yo» no solo es una cursilada sobrevalorada, sino que, además, es un tratado de pederastia encubierta en alguno de sus párrafos. Perdónenme los defensores de Juan Ramón a ultranza, al que no niego una cierta capacidad creadora y algún poema bueno o muy bueno, nada en comparación con su desmedido ego, un ego enfermizo. Yo siempre he dicho que, en ese bonito poema que dice «Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando» lo que le importaba a Juan Ramón era que él se iba, se moría vamos, no que los pájaros se quedaran cantando. Está bien ese poema de «como vino a él la Poesía – siempre a él, a él, qué ego, dios mío, no hay un poeta en la Historia universal en la que la palabra yo se emplee en más ocasiones – y como se quedó desnuda, etc». pero es un poeta en el que se ha querido ver más de lo que realmente tiene y, sin embargo, se han cubierto de un tupido velo otras cosas personales ( pobre Zenobia..)…Respecto a su Literatura en sí me gusta más su prosa – era un buen dominador de las construcciones y tenía una gran cultura y vocabulario – pero, por poner un ejemplo, no solo no hay color en su figura al compararlo con Dostoyevski, uno de los padres de la novela moderna, un genio, sino que no le llega ni a la suela del zapato a un poeta como Antonio Machado – al que él despreciaba y llamaba «patán» en uno de sus alardes de mal compañero y de soberbia inaudita, y que fue, además de un gran poeta, un gran hombre, al menos ( tenía sus cosillas) mejor que él. Ah, Juan Ramón Jiménez fue ayudado cuando vino a Madrid desde Moguer por aquellos a los que les «enseñaba» su obra. Pero luego, cuando ya estuvo bien instalado, fue incapaz de ayudar a nadie. Es más, ni recibía a quien lo solicitaba algo, cosa que sí hacía, quizás en demasía, pues formó un batalloncito de «jóvenes» admiradores, Vicente Aleixandre, mejor poeta y mejor persona…pese lo que pesa, que el poeta onubense. Ah, Juan Ramón, qué Nobel tan poco de mi gusto…Maniático y escrúpuloso – se lavaba constantemente las manos, con obsesión – egocéntrico enfermizo y, para colmo, amante no solo de un «burrito tierno» sino también de los niños tiernos ( leer la versión integra y original de «Platero y yo» ) en la que habla de muslos de niños cantores, o de ese criadillo adolescente alegre y juguetón…En fin, enhorabuena por la entrada. La podría haber firmado yo, pero me conformo con refrendarla. Lo siento por mis muchos amigos amantes de la Literatura juanramoniana. Yo no puedo separar al escritor de su obra y, sobre todo, no puedo separar lo que leo de lo siento. Y hay párrafos de Platero y yo – muchos – absolutamente vomitivos. Fue el libro de cabecera de muchos maestros de Lengua y Literatura en las escuelas y colegios de después de la Guerra Civil. Era «inofensivo, suave y peludo, y lleno de azabache, como el burro». Claro que no leyeron bien algunos párrafos…O eso les habría dado igual. Al fin y al cabo la Iglesia es permisiva con ciertas licencias…poéticas..
junio 29, 2012 a las 15:50 |
La verdad que si el post de Salvador Moreno Valencia, es valiente, sin duda el comentario de Emilio Porta es casi temerario, pero tan veraz y contundente que he disfrutado, tanto con el post que da pie al comentario de Porta como con éste.
Suscribo las palabras de ambos valientes.
Peter Pagnus
septiembre 11, 2012 a las 12:36 |
Decir determinadas verdades – aunque la verdad tenga siempre algo de relativo – es siempre valiente. Y más cuando se trata de hablar de un icono. No me vale ni siquiera su exilio – también relativo – ni su postura teórica – todo en Juan Ramón era teórico – de apoyo a la República. No tengo nada personal contra Juan Ramón Jiménez, es obvio, pues no tuve el gusto o el disgusto de tratarle en persona. Pero conozco toda su obra, miles de referencias, incluso su paso por la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, antes de la contienda incivil, y algunas anécdotas contadas por personas, ya muy mayores, que le trataron. Reconozco, como he dicho, su dominio del lenguaje, de la prosa, y algún acierto poético, pero me ratifico en lo manifestado. Y lo mantengo. Desde luego no está entre mis afectos…porque me cuesta trabajo separar Literatura y Vida. En este caso, en el caso del burro suave y peludo de azabache, no hace falta ni ir a la vida. Basta con leer ese libro lleno de mieles y sugerencias más propias de un hada maligna que de un Premio Nobel de Literatura. Mal que les pese a algunos, entre ellos, varios escritores, buenos escritores, y amigos personales míos.
octubre 23, 2012 a las 19:01 |
uhhh q largo ????