Archive for the ‘Personalidades’ Category

Everything comes to an end – Neil Young

enero 19, 2016

Neil YoungEste tipo creció en una zona rural de Canadá donde las casas no tenían número. Para él fue un descubrimiento comenzar a moverse entre calles que sí numeraban sus edificios, esto las hacía importantes. Luego vinieron ciudades pronunciadas como Toronto o Nueva York.

A través de la autopista de peaje de Nueva Jersey comenzó a distinguir los nuevos Pontiac de 1955 y asomado de puntillas desde lo más alto del Empire State Building observaba con la frente pegada a la barandilla a los minúsculos taxis amarillos que se escurrían a toda prisa entre el asfalto. ¿Fue éste entonces el comienzo de su largo y eterno romance con los coches?

A través de su segundo libro Special Deluxe, Neil Young nos conduce a su memoria y alrededor de cada uno de los coches de los que se enamoró nos traslada a etapas importantes de su vida: su música y todos los artistas con los que compartió estudio, el nacimiento de sus hijos, matrimonios y rupturas. Y al hablar de su relación con los automóviles explica qué piensa sobre el cambio climático, el calentamiento global y las políticas adoptadas por los Estados Unidos ante estos retos mundiales.

Músico y compositor, considerado como uno de los más influyentes de su generación. Para él su vida tomó su propio rumbo en los años 60: un hogar fracturado, su flechazo con los coches y la música marcaban definitivamente su adolescencia. Con el dinero que ganaba como repartidor de periódicos, comenzó a comprarse cosas, lo primero fue una guitarra Harmony Sovereing. Ensayaba sin parar y formó su primer grupo, Los Jades.

Su tiempo lo inundaba la música. Su pérdida de interés por los estudios la sustituyo por las horas de ensayo, tocar con algunos grupos y observar a los músicos en directo. Por aquel entonces, su madre cada vez bebía más, hubo un tiempo en el que pareció mucho más feliz pero luego parecía que siempre sostuviera una copa en su mano en algún club.

Con la emoción de los primeros seguidores de sus conciertos y la juventud pegada a los talones vino su traslado a California donde fundó Buffalo Springfield. Más tarde comenzó su carrera en solitario que ha durado más de 45 años y 37 álbumes de estudio hasta 2015. Swing, blues y rockabilly, hasta llegar a ser uno de los mejores compositores e intérpretes de rock and roll.

Las largas autopistas que marcaban la trayectoria de su vida, el ritmo personal de sus canciones y la colección de coches que lo ha ido atrapando, le han convertido en un coleccionista amante de los detalles de sus automóviles. Asientos espaciosos de piel color rojo y negro, embellecedores cromados, salpicaderos brillantes y largos viajes cautivadores, marcan a este tipo tan genuino en su estilo y en sus letras.

En su rancho al norte de California, nació su primer hijo Zeke, que sufre un caso leve de parálisis cerebral. Aquel momento de estabilidad se refleja en algunas de sus canciones “A Man needs a Maid”.

En medio de la carretera, más cerca de la cuneta que de un camino trazado con líneas rectas, conoció a Pegi Morton con la que contrajo matrimonio a finales de los 70 y con la que tuvo dos hijos, Ben y Amber. Ben sufre tetraplejia y parálisis cerebral y para saber cómo interactuar con su hijo, fundó junto con su mujer Pegi una escuela donde poder integrar a los niños con necesidades especiales mediante el empleo de sistemas de comunicación alternativos y tecnologías de apoyo.

A lo largo de sus años de matrimonio, Young compuso varias canciones inspiradas en su mujer como «Such a Woman» y «Unknown Legend», del álbum Harvest Moon y “Once an Angel” del álbum Old Ways.

Su música ha influido a otros muchos grandes como Nirvana y Pearl Jam, convirtiéndolo en el padrino del grunge y en un tipo de eternos viajes.

When somebody is haunting your mind,

Look in my eyes. Let me hide you

From yourself and all your old friends.

Every good things comes to an end.

“Drive Back”

 

 

 

Todo empezó apenas como un sueño

septiembre 3, 2015

Andre Agassi

La historia de un niño al que lo que más le gustaba en el mundo era no despertar. Le gustaba ganar, tal vez a lo que fuera, al fútbol, a sus hermanos, a todo salvo cuando jugaba al tenis y el tenis sin embargo era su despertar. «Odiaba el tenis, sí», afirma Andre Agassi en sus memorias.

Y como no soportaba la férrea disciplina que su padre le impuso para que se convirtiera en uno de los mejores jugadores de tenis de la historia, ni el zumbido constante que el miedo le producía si abandona su raqueta y el patio de su casa en Las Vegas, donde su padre había construido una pista de tenis en el que albergaba una maquina diabólica, “ese dragón, dotado de un cuello extra largo, que retrocede agitándose como un látigo cada vez que el dragón dispara cientos de pelotas de tenis”, se convirtió en alguien que no era para despistar al fantasma que más lo aterraba, que era lo poco que se conocía a sí mismo.

El niño que no podía salir de su territorio, sólo frente al dragón que arrojaba 2.500 pelotas al día y todo para que se convirtiera en el número uno del ranking del tenis. Mientras, las piernas temblorosas y el hombro destrozado y una sola obsesión, el niño odiaba el tenis.

El tenis nunca fue su elección, fue más su eterna pesadilla. Su padre se lo impuso, eternas horas practicando y luego despedirse de su hogar para residir en la Academia Bollettieri y convertirse en un profesional. Mientras él medio niño, medio adolescente, buscaba su identidad, su eterno laberinto de emociones, que lo convirtió en el foco de todo un público que le decía quién era o cómo era. Su rebeldía frente al mundo, su pelo encrespado, sus coloridos atuendos o su picardía debutando en Wimbledon en pantalones vaqueros, hizo que se ganara muchas críticas pero también hizo suyo un fuerte carisma.

Nick Bollettierie se fijó en él al entrar en su academia de Florida donde formaba futuras grandes estrellas del tenis. A coste cero, se encargaría de convertirlo en una estrella y lo representaría en su carrera profesional. Para Andre lo que iba a ser una experiencia de unos meses durmiendo en barrancones y conviviendo con sus miedos y su lucha por hacerse un camino, se convirtió en un remolino adolescente, alcohol, drogas, una cresta teñida de rosa, gritaban su desesperación y su ambulante pérdida. Bollettierie lo castigó por su vestimenta durante los partidos, pantalones rotos, ojos maquillados y un pendiente que lo acompañaría durante mucho tiempo más.

Y sin embargo se transformó en el centro de sus compañeros. Su fama de rebelde le hizo convertirse en el centro de las miradas del resto de los adolescentes. Mientras, se aferraron en él sus condiciones innatas para jugar al tenis, su atrevimiento en el juego y su fuerte exigencia de perfección, o eras perfecto o eras un perdedor. “No es que la perfección sea la meta en nuestra casa, es que es la ley. Si no eres perfecto, eres un perdedor. Un perdedor nato”, escribe Agassi en sus memorias.

Con 14 años, entró en el ranking de la ATP, abandonó la escuela y se adentró en el sendero del tenis profesional. Tal vez lo odiara pero tampoco supo buscar algún camino alternativo para labrarse un futuro. A los 16 años, comenzó su recorrido como jugador profesional y sintió el peso de su decisión, “me siento como si acabara de meterme en una carretera larga, muy larga, que parece descender hasta un bosque siniestro”.

Pronto llegó la fama, su primer contrato con un sponsor importante y su primera gran victoria que le hizo embolsarse 90.000 dólares y su nombre comenzaba a llegar a los oídos de todos.

El éxito fue de la mano de su comportamiento excéntrico, de sus encontronazos con el público y con la prensa. Llegaron derrotas, rivales infranqueables como Pete Sampras pero también triunfos, como formar parte del equipo estadounidense de la Copa Davis con 18 años. Y su madera de campeón, su espíritu deportivo, seguía emborronado y lleno de dudas.

Llegó su primer Gran Slam al ganar la final de Roland Garros en 1991 y continuó su competición, contra sí mismo y contra los demás. En aquellas fechas conoció a Gil Reyes, su nuevo entrenador físico y su guardián más preciado, le regaló sus hombros para que fuera capaz de alcanzar las estrellas.

Vinieron las despedidas, Wendi su primera novia le decía adiós, su representante Bolletieri dejó de trabajar para él a través de un comunicado en “USA Today” y su amor platónico, Steffi Graf no respondió nunca a su primer mensaje.

Un viejo amigo acudió a representarlo, Perry Rogers y consiguió además un nuevo entrenador para él, Brad Gilbert. La victoria en el Open de EEUU de 1994 le dio la confianza para hacer lo que tanto ansiaba: deshacerse del postizo y raparse el pelo. Su primera victoria calvo.

Se impuso de nuevo el vacío, su relación con Brooke Shields avanzaba como muchas cosas a su alrededor, simplemente por inercia. La apatía, su acercamiento a las drogas y una mediática boda con Brooke, hicieron que de nuevo su estela de jugador estrella se difuminara y volvieran las dudas. LA ATP encontró en una prueba de dopaje trazas de droga en su orina y su respuesta inmediata fue negarlo a través de una mentira más y así archivar el caso.

Cuando tal vez uno cae a lo más hondo del abismo, es cuando llegan las fuerzas para levantarse. Resurgir de sus cenizas empezando de nuevo desde abajo, desde el puesto 141 del ranking al que cayó en 1997 hasta el número 1 que recuperó en 1999 y de nuevo en 2003, con 33 años, su divorcio de Brooke Shields y su conquista por fin de Roland Garros, en el 2001.

Y sin embargo su partido vital con el tenis por fin llegó, su verdadera reconciliación con el deporte que le meció desde niño, lo arrojó al abismo de adolescente y le marcó su camino de adulto. El tenis le proporcionó finalmente la vida que quería, su matrimonio con Steffi Graf, sus dos hijos, una fundación para niños con escasos medios para sobrevivir y al fin y al cabo el sendero que marcó su estela. “El tenis me daba mucho, pero me creaba tanta confusión que no podía disfrutarlo. Entonces me dio a mi mujer, a mis hijos, y entendí que había renunciado a mi infancia por la de ellos. Y ahora, cuando miro atrás, veo el tenis como un gran regalo”.

Las mujeres que hacen política son peligrosas

marzo 18, 2015

Reseña: Goldman, Emma. Viviendo mi vida. Madrid: Capitan Swing: Fundación Anselmo Lorenzo, 2014.

Emma Goldman, la roja; Emma Goldman, la arroja-bombas; Emma Goldman, una mujer peligrosa. Cuando existe cierto miedo a perder privilegios, muchas sociedades, gobiernos u hombres rechazan la igualdad y emplean calificativos de este tipo, muy alejados de argumentos sólidos que justifiquen una posición; suelen recurrir a ellos, personas que consideran a las mujeres inteligentes, valientes y adelantadas a su tiempo, una amenaza. Personas que no creen en la justicia social ni en los derechos de las mujeres y, que por ello, las tildan de peligrosas, sin más, porque sencillamente, no me voy a andar con florituras, hay que quitarlas de en medio.

índiceQuizás, Emma Goldman (Kovno 1869- Toronto 1940) es menos conocida que otras mujeres políticas contemporáneas como Rosa Luxemburgo, Alexandra Kollontai o la española Federica Montseny; sin embargo, fue una figura relevante, que, de joven, emigró a los Estados Unidos huyendo de los malos tratos que recibía de su padre. Allí, el hecho de ser mujer o de no conocer a la perfección el idioma no la impidió convertirse en una gran activista del movimiento anarquista y feminista a comienzos del siglo XX y en un referente imprescindible de esa época.

En apenas dos meses, se celebran en España elecciones municipales y autonómicas y aunque las mujeres empiezan a ocupar puestos políticos desde hace algún tiempo, aún sufren discriminación en cuanto al número, la posición que desempeñan y las oportunidades para ascender sin darse de bruces con el techo de cristal. Es bien sabido, que la política, ha sido tradicionalmente (y continuamos con esta tradición tan poco beneficiosa) un espacio público ocupado por los hombres. Como decía, no es extraño encontrar mujeres políticas pero, en general, tampoco es extraño que reciban un trato diferente a los hombres, que no tengan la misma consideración ni que se mida con el mismo rasero su trabajo. Un ejemplo reciente y que trascendió en algunos medios, es el de Tania Sánchez, ex diputada de Izquierda Unida, y fundadora de Convocatoria por Madrid. Los medios de comunicación estuvieron refiriéndose a ella, en gran cantidad de artículos, como la novia de y preguntándola temas relativos a su pareja y su vida familiar y no a su trabajo, algo impensable que se realice de forma sistemática a ningún hombre. Y no se trata de un caso aislado; si prestamos un poco de atención a lo que leemos y lo analizamos, la mayoría de veces, se habla de las mujeres o se las entrevista en relación a su pareja, sus embarazos, su forma de vestir, su familia, etc. más que en relación a las funciones que desempeñan.

oradoraPor este motivo, considero importante destacar la figura de Emma Goldman. Porque reivindicó y luchó por hacerse hueco en un mundo dominado por hombres, que para más inri se definían de izquierdas pero cargaban con el lastre del machismo (como si por el mero hecho de ser de izquierdas se libraran de ello); pero también porque vivió la política de forma coherente, tuvo convicciones muy firmes y se convirtió en una gran oradora, con argumentos muy bien hilados y expuestos, gran capacidad de razonamiento y persuasión. ¡Ya desearían para sí esa habilidad de comunicar muchos de nuestros políticos actuales! Porque nadie va a negar que, en muchas ocasiones, reducen su oratoria a los insultos y a los ataques personales e infantiles como justificaciones válidas de sus ideas o actuaciones. ¿Y eso lo llamamos política?

Además, fue una gran defensora de la libertad de expresión, un derecho que, a día de hoy, en vista de sucesos como el de Charlie Hebdo, parece no estar consolidado. Emma Goldman destacó, en relación a este tema, la siguiente frase pronunciada por su amiga Voltairine de Clayre en una conferencia y que continúa siendo un lema con vigencia: «la libertad de expresión no quiere decir nada si no quiere decir libertad de decir lo que los demás no quieren escuchar».

Por otro lado, no podemos olvidar su gran cultura y su pasión por la literatura y la música. Al contrario, de muchos compañeros de causa, Emma Goldman creía que la belleza, es decir, el arte, la música y la literatura debían formar parte de la vida de cualquier persona. Esta idea le llevó a enfrentarse en un baile a un conocido que la apartó del resto para, precisamente, recriminarle que bailara ya que, según él, se trataba de una actividad poco adecuada para una integrante de la causa anarquista; ella, por supuesto, le plantó cara y se negó a renunciar a algo con lo que disfrutaba. De este incidente, se le atribuye la frase si no puedo bailar, no es mi revolución.

Aparte de temas como el anarquismo, las prisiones, el puritanismo, la sociedad y el individuo o el patriotismo, puso gran entusiasmo en reivindicaciones feministas como el matrimonio y el amor, el tráfico de mujeres, el sufragio femenino, la prostitución o los métodos anticonceptivos. De hecho, fue la precursora del amor libre e incluso, habló antes que la mismísima Virginia Woolf, de una habitación propia: ante la sorpresa de una de sus parejas, reclamó para la convivencia la necesidad de tener una habitación para ella sola.

Otorgó gran relevancia a la educación y fundó junto a su compañero Sasha Berkman la Escuela Moderna Francisco Ferrer, a la que acudió a colaborar otra activista defensora y precursora del control de la natalidad, Margaret Sanger… una mujer rebelde.

emmaTambién se llevó a cabo otro proyecto con la creación de la revista Mother Earth en 1906 donde se publicaban artículos políticos, de agitación laboral y social y de oposición al gobierno de los Estados Unidos.

Para no alargar más la extensión del artículo, os recomiendo leer Viviendo mi vida, la autobiografía de Emma Goldman que ha sido traducida al español por Ana Useros y editada por Capitán Swing y la Fundación Anselmo Lorenzo; este año, está previsto que se publique el segundo volumen. Su lectura nos permite conocer la trayectoria política y personal de una mujer con mucha personalidad, con sus contradicciones interiores pero íntegra y sincera consigo misma, incluso, más que esos hombres que la historia siempre ensalza por encima de cualquier mujer aunque el mérito sea menor.

Emma Goldman, un buen ejemplo de cómo la palabra puede convertirse en una gran arma para la lucha y el cambio social.

 

Recomendaciones:

Goldman, Emma. La palabra como arma. Madrid: Tierra de Fuego: La Malatesta, 2008.

Emma Goldman: una mujer sumamente peligrosa [documental]. Accesible en: https://www.youtube.com/watch?v=pBHSDUMyghc

Rumbo a una vida mejor, palabras que inspiran – Jorge Bucay

septiembre 19, 2014

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Una mañana en el Hotel de las Letras de la ruidosa Gran Vía de Madrid. El espacio del hall vestido de blanco y el atuendo de Jorge Bucay entero de negro, parecía que se deslizara como una sombra entre tanta luz. Sentados los dos en un cómodo sofá, frente a una pared de cristal que deja pasar toda la vida de la ciudad, comenzamos a charlar sobre su carrera profesional y sobre su actualidad, su último libro, Rumbo a una vida mejor.

Jorge Bucay, se autodefine como “ayudador profesional” y a través de sus libros nos ofrece herramientas terapéuticas para ser capaces de sanarnos a nosotros mismos. Pero a su vez, nos recuerda la irremplazable mirada de un profesional para algunos momentos de la vida y para algunos problemas que requieren de alguien más a nuestro lado. La ayuda que uno tiene, puede venir de un amigo, de la pareja, etc pero otras veces es necesaria la cercanía de un psicoterapeuta para poder ayudarnos.

Así a nuestra pregunta de cómo cree que ha podido ayudar más, como terapeuta o a través sus libros, nos responde que sin lugar a duda como terapeuta, ejerciendo una de las tareas más nobles dentro de la medicina relacionada con la salud mental, al asistir a un paciente en persona. Nos dice, que tal vez ha sido lo mejor que ha hecho en su vida pero cierto es que con sus publicaciones, ha llegado a mayor número de personas que a través de la consulta personal.

A sus 19 años, nos cuenta que su pasión era el teatro y a raíz de ahí, vino todo lo demás. De todo aquello queda para él su inclinación por el arte, como un vehículo que conduce a mejores cosas. Platón decía que ética y estética son la misma cosa, entonces uno no se puede olvidar que la belleza es lo bueno y lo bueno es la belleza. La belleza se vincula con el arte y con lo artístico y a partir de ahí la creatividad y el crecimiento. Pero para Jorge la educación que tenemos no está centrada en la creación artística ni en la creación en sí, está centrada en lo práctico y en lo concreto. La última ola de reformas educativas se ha llevado a cabo a través del aumento del número de centros docentes y de equiparlos con mayor tecnología pero es importante privilegiar las materias que hoy necesitamos que nuestros niños aprendan, que nuestros jóvenes desarrollen y que nuestros adultos finalmente practiquen. Es necesario, una educación más centrada en enseñar a los jóvenes a pensar, a buscar y reconocer lo que uno está buscando. Las ciencias humanísticas deberían de tener cierta prevalencia sobre las ciencias exactas.

Nuestro autor, comenzó su andadura como docente terapéutico, hace ya cuarenta años, estudiando psicología en Argentina a través del psicoanálisis ortodoxo. Luego tuvo la inquietud de buscar otras cosas, le parecía que no servía para el psicoanálisis y encontró el modelo Gestalt, cuyo trabajo es mucho más personalizado y más comprometido, ya que crea un vínculo más afectivo y presente con el paciente. A partir de ahí, comenzó a sentir que el terapeuta se parecía más a un docente y trabajaba no como un médico, sino como un maestro.

En sus libros, la gran protagonista es la felicidad anhelada y el camino para encontrarla. Él nos dice que la felicidad es puramente la serenidad que se siente cuando uno sabe que está en el camino correcto. La felicidad tiene que ver con esta paz de espíritu, con la sensación de que no estás perdido y no tiene tanto que ver con la alegría.

Dueños del timón de nuestro barco y conscientes de nuestras posibilidades, le gusta pensar que lo que a cada uno le pase, depende mucho de lo que uno haga aunque siempre hay una parte que depende de ti y otro del exterior.

Con cierta relación a su forma de entender la vida, Jorge nos habla sobre la fe y la actitud de los creyentes. El creyente verdadero tiene una fuente de inspiración suprema en la idea que tiene de Dios. Si se considera a Dios como un maestro, tener una imagen así a la cual referirse es de gran ayuda. Los creyentes tienen una actitud hacía la vida que favorece al crecimiento personal porque poseen un aspecto espiritual que cultivan. Aunque no hace falta ser creyente para tener este lado espiritual pero sí es necesario cuidarlo para poder crecer.

Rumbo a una vida mejor, su último libro, donde reflexiona sobre la felicidad, no como una meta sino como el camino que elegimos para nuestra propia evolución y la pauta que nos marca es hacernos la contundente pregunta, para qué vivo yo, qué diferencia existe en este mundo porque tu existas o no. Y una vez que uno lo sepa, alinearte en este camino. El sentido de la vida, siempre hay que buscarlo.

Abraza a todos sus libros aunque como todo escritor puntúa que el libro que más te necesita suele ser el último. Rumbo a una vida mejor, es para él un regalo donde selecciona una serie de ideas en las que él cree y las comparte en una mesa de café con un buen amigo. No está planteado como los otros, que exponen un tema que se desarrolla de principio a fin, éste está pensado con el objetivo, de que los que leen la revista Mente Sana y sus reseñas, puedan encontrar aquí una serie de ideas expandidas un poco más, para compartir y regalar, ya que éste es un libro para leerlo y después regalarlo.

Jorge no se considera un escritor, sino más bien un docente que escribe sobre lo que mejor sabe. Hay mucho de él en sus cuentos, él es el protagonista de cada uno de ellos, el que se siente perdido o el que finalmente encuentra a su maestro. Y escribe para cualquiera que le interese conocerse un poco más.

En su mesita de noche, te puedes encontrar autores de novela negra y policiaca. Leer a Freud para él es un paseo y de Paulo Coelho resalta La quinta montaña.

Se aprende leyendo, nos dice, porque leer es como vivir, vivir vidas ajenas sin pagar las consecuencias.

Max Estrella

abril 27, 2012

Recorriendo el Madrid de la letras con Dostoievski
Por Salvador Moreno Valencia

Esta mañana al mirarme al espejo (cosa que hago con aprehendida rutina, y sin poderlo evitar, el espejo está ahí, me pregunto: ¿Soy yo el que se mira o es él el que me observa?), en el cuarto de baño de la pensión, mi querido batuchka, me dije <<estoy envejeciendo, voy a cumplir el medio siglo el próximo año, el mismo en el que he fijado mi boda, batuchka, con quien tú sabes>>. Más tarde el buen amigo Enrique me dice por teléfono que soy insultantemente joven; pero los espejos no mienten, muestran el esperpento como los espejos del callejón del Gato, cuando Max Estrella, moribundo, descubre el de España (hoy desaparecidos los espejos). ¿Soy joven y viejo a la vez, mi querido batuchka?

Dejo estos pensamientos sobre el halo que se ha creado en la superficie que refleja mi rostro y decido salir a la calle para respirar el entumecido aire de Madrid, y recorrer las calles por donde antaño pisaron los escritores de más renombre en este y en otros países donde todavía quedan algunos seguidores de la buena literatura. Pero me pregunto: ¿qué es la buena literatura, quién la selecciona, cómo se llega a hacer buena literatura? Tras el recorrido que me espera esta mañana por el Madrid de las letras junto a mi querido amigo Dostoievsky, que me acompaña con su Crimen y Castigo, tendré la respuesta a esta pregunta, pero no la desvelaré, entre otras cosas porque cada cual entenderá lo suyo sobre el tema en concreto, así que cada quien se haga sus preguntas y cada quien se las responda según sus perspectivas.

-¿Es una manera de justificar el crimen, Fiódor, cuando Raskolnikov intenta excusar el execrable doble asesinato que ha cometido?

-Mi querido batuchka, el hombre siempre intenta excusar su actos, sabemos que el crimen cometido por uno de ellos, o por un grupo de éstos, tiene diferentes componentes, digamos que se han cometido por móviles distintos, pero: ¿son tan condenables el que comete el individuo o el que comete el colectivo, según la justicia? No, mi querido amigo, la justicia es un arma creada por hombres para beneficio de hombres, pero para el beneficio de unos pocos y el perjuicio de unos muchos, o lo que es lo mismo, de la gran mayoría. Así un crimen cometido en pos de la patria, por ejemplo, o un genocidio cometido con el fin de alcanzar un ideal no es condenado como el crimen que comete Raskolnikov, o cualquier otro individuo. Tú mismo planteas este asunto en tu novela Pasos largos, el último bandolero, cuando en boca del forajido pones esta pregunta: << ¿Si los crímenes que comete la patria son siempre justificables, por qué el mío no lo es?>>, se pregunta Juan Antonio Mingolla, intentado comprender la perversidad con la que se muestra la ley a la hora de juzgar los delitos. ¿Napoleón, Hitler, Mussolini, Stalin, y por qué no, incluso Ulises, no fueron asesinos? A éste último se le definía como el destructor de ciudades y él mismo reconoce sus hazañas de destruir ciudades enteras y repartirse el botín. La Odisea de Homero describe a la clase dominante sobre el resto a los que tiene a su servicio. ¿Cómo vivían los unos, y cómo los otros? Los primeros estaban emparentados con los dioses, los segundos con las bestias. Otro ardid del hombre para gobernar y mantener la antonomasia de su estirpe.

-Raskolnikov es un pobre diablo que intenta sobrevivir, y cree que matando a la vieja usurera hará una gran revolución, él se compara con Napoleón, y de hecho en su ensayo clasifica a los hombres de extraordinarios y de ordinarios. Su lucha es pertenecer al grupo de los extraordinarios como Napoleón, por ejemplo, o como cualquier otro gobernante del mundo que comete crímenes y no es juzgado por las leyes, porque éstas las dictan ellos y sus acólitos.

-Pero qué hace mi querido Rodia, se envilece por su cobardía, y al final sólo el amor puede salvarlo. Descubre que el mundo se mueve sin cesar y que las leyes siempre estarán a favor de los que las decretan. Así ni su crimen, ni un simple robo es juzgado del mismo modo que un genocidio o una gran estafa o robo del erario público. Las pruebas las tienes en la actualidad, donde los ricos roban a diestro y siniestro, y donde sus acciones en La bolsa asesinan a millones de seres cada día: ¿son juzgados por las leyes por cometer estos crímenes? No, y sin embargo sí se juzgan crímenes y robos, por decirlo de algún modo, menores, y que han sido motivados por la miseria, por la desesperación y por causas que quizá sean justificables: estos actos son consecuencia de la injusticia con la que se distribuyen en el mundo las riquezas.

-Si los ricos algún día ven a un grupo de menesterosos rondando sus ricas mansiones llaman a la policía, que pagada por éstos, encarcelará a los segundos por delitos tipificados para tal fin: seguir excluyendo a los individuos para mantenerlos bajo su control.

-Conseguir lo contrario es derramar sangre, y si esos menesterosos se arman y atacan a los ricos, les  aplicarán leyes hechas para tal fin. Luego, todo aquel que ose levantarse contra el poder establecido, ya sea éste de izquierdas (ahí tienes la gran lección que dio en mi país el comunismo, tan atroz y desmedido, y aquí en tu país el fascismo, tan atroz y desmedido como el primero), como de derechas, está condenado a fracasar.

-¿Cómo podemos encontrar el término medio para que los hombres vivan en equilibrio y pacíficamente? Creo, mi querido batuchka, que esto será, si no imposible, verdaderamente utópico.

Guardé silencio escuchando las palabras de Fiódor, cuando fuimos a parar a la plaza de Las Cortes, donde Miguel de Cervantes Saavedra se ha convertido en piedra para recuerdo de los transeúntes que ensimismados en sus quehaceres de esclavos modernos, van de un lado a otro sirviendo a sus amos. El hidalgo en la llanura ve a lo lejos unos gigantes amenazantes contra los que temerariamente se lanza…

Una lágrima por Félix Romeo

octubre 8, 2011

Cuando se nos muere un amigo uno se pone triste. Lo raro es que, por un desconocido, uno vaya más allá de la lástima normal que se siente ante cualquier muerte. O quizás no tan desconocido. Pero Félix Romeo no era mi amigo. Simplemente lo conocí y compartimos el mismo espacio un par de veces. Sin embargo, y seguro que a eso se debe la lágrima, su intensidad no dejaba a nadie incólume. Sabía mucho de literatura, tanto que uno se ponía a dividir los libros que nombraba por los años que tenía. No cuadraba la cuenta. Pero no ametrallaba nombres de escritores adrede, los soltaba en doses calculadas e intensas, según su interlocutor. No era soberbio. Decía cosas como «no es posible que a uno le guste igualmente García Marquez y Vargas Llosa» y «está muy bien leer los grandes escritores clásicos, pero también hay que leer a los pequeños contemporáneos». Instigaba a tomar partido, te llenaba de ganas de leer, de conocer, quizás de entrar un poco en ese mundo que él habitaba, de donde parecía venir la compasión que tenía por los demás, compasión verdadera, de saber que estamos todos en la misma miseria. No era mi amigo ni mucho menos, pero le dejo aquí una lágrima, porque las personas apasionadas y fervorosas son las únicas que merecen la pena conocer. Se murió a los 43 años y esta cuenta tampoco cuadra.

Lo que de Saer no se borra

junio 30, 2011

El primer Saer es inolvidable. El mío fue el cuento Sombras sobre vidrio esmerilado, recomendado por Pablo Fuentes, en su taller de lectura en Buenos Aires. Allí es harto conocido, su nombre ya me era familiar, pero faltaba el contacto. Ese día, cuando terminé de leerlo, me acuerdo con la claridad imposible de la memoria: «¡es él!», pensé. A él anduve yo buscando hasta que lo tuve en mis manos. No sé cuántas veces he leído ese mismo relato hasta hoy y me sigue pareciendo uno de los mejores jamás escritos. Pero después, claro, la pasión no se sacia fácilmente, vino Cicatrices, Glosa, El limonero real y ya no hubo nadie más. Saer empezó a marcar mi recorrido literario desde entonces: lo que leo, lo que me interesa y, de cierto modo, lo que busco. A través de él llegué a Antonio di Benedetto, a Alain Robbe-Grillé, a Michel Butor, a Gombrowicz, a Céline. A través de Saer me he hecho amigos queridos, tal vez porque, de cierto modo, nos sentimos una pandilla.

Si la literatura tiene el poder de transformar, como se dice, Saer es incapaz de dejarte inmutable. Primero, porque la «Zona» empieza a formar parte de tu Atlas. Ese ambiente acuoso, lento, algo mórbido y pesado, con personajes que languidecen en el calor del Río Paraná, o algún lugar de por allí, hacia un pueblo que antes se llamaba Serodino, en la provincia argentina de Santa Fe y que hoy se llama otra cosa, pero da lo mismo. Para los que conocemos el río, sus pequeñas islas, sus márgenes de laberintos, dibujar la Zona de Saer es fácil y placentero. Además, es un juego que él mismo propone con toda su literatura: crear un espacio físico para la memoria, esa cosa que se pierde y se recrea cada día, al contrario que buscar una historia palpable, una realidad incontestable. La obra de Saer está hecha de recuerdos.

Segundo, la melancolía de Saer se te pega a la piel. Su crítico y estudioso Julio Premat le llamó saturnino, entre otras cosas porque en su obra hay una constante representación de la nada, un eterno retorno. Dice Premat, hablando de sus novelas:

«… El encierro en una intimidad dolorosa, las trabas repetidas que le interceptan el paso cuando intenta salir a la calle, las alusiones recurrentes al vacío moral –o a una perversión moral– simbolizado por la televisión, todos ellos son signos que permiten suponer (…) un sufrimiento psicológico y una situación política extremada. Agonía de la madre, convertida en materia regresiva, agonía de la Argentina, hundida en pulsiones primarias: la analogía es quizás demasiado evidente, aunque esté sugerida con insistencia.»

Es paradójico que, exactamente por eso, quizás, Saer sea tan poco (y uso aquí un eufemismo benevolente) publicado en España. Él no tiene nada de la melancolía juguetona e imaginativa de Cortázar, ni del exotismo que el europeo suele esperar de un latinoamericano. De hecho, Saer vivió casi toda su vida en París, dando clases de literatura en la Universidad de Rennes, jugando a las cartas y leyendo a los clásicos griegos y romanos. Cuando fui a París el año pasado, busqué su antiguo piso, al lado de la estación de Montparnasse. Tampoco tenía el aire bohemio y misterioso del Quartier Latin, lleno de escritores refugiados de las dictaduras tropicales, ni el ambiente decimonónico de las passages couvertes de las que tanto hablaba Cortázar.

Y aunque Saer también fuera un escritor que huía de las desgracias argentinas de fines de los 60, nunca se adhirió a la ola del realismo mágico. A la vez, tampoco pudo despegarse de su faceta de exiliado que mira a su país desde la distancia, desde la memoria que recrea, porque mientras uno está lejos, las cosas cambian y lo que uno se imagina ya no existe más en la realidad, aunque siga vivo en la imaginación. Esa realidad mediada por una cultura ajena, que se mezcla con la que uno lleva dentro, empieza a parecerse más y más a una ficción. La relativización de lo real desemboca, ineludiblemente, en la narrativización o ficcionalización de lo real. La «verdad» es siempre suspendida mientras la memoria ocupa una posición real, en el sentido «limonero» de la palabra.

Él mismo ha dicho, acerca de la literatura, en su soberbio ensayo Narrathon:

«Es abriendo grietas en la falsa totalidad, la cual no pudiendo ser más que imaginaria no puede ser más que alienación e ideología, que la narración destruirá esa escarcha convencional que se pretende hacer pasar por una realidad unívoca.»

Tercero, Saer se te queda pegado a la piel porque sus personajes pasan a formar parte de la vida de uno. De hecho, cuanto más uno lee su obra, más los conoce. Aparecen desparramados por las novelas y los relatos. Algo que no se explica en Glosa se va a terminar de comprender en A medio borrar o algún otro cuento. Por otro lado, sus personajes son capaces de adquirir tal materialidad que uno se pregunta cómo eso es posible si ni siquiera son figuras simpáticas por las que uno siente empatía o compasión. Es que Saer se zambulle en sus defectos, en sus vicios y sufrimientos. Los personajes adquieren vida no por la bondad o belleza que tienen, sino por su melancolía. Eso sí quizás nos sea común, en mayor o menor medida, a todos. Yo misma ya he soñado con Tomatis. Y sé que más personas han padecido de esa misma patología, si se quiere, saeriana.

Hoy Juanito cumpliría 74 años y lo echamos de menos porque, en España, él va, poco o poco, desapareciendo de los estantes de las librerías sin aviso de retorno. Aquí él suele ser como mucho un nombre de un «escritor difícil», pero rara vez leído. Hoy, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, se celebra el encuentro Lo imborrable, donde intelectuales discutirán su obras y, espero, brindarán por la salud de sus libros.

Me falta una novela suya por leer: La grande, que su muerte dejó inconclusa y de la que nadie habla demasiado bien. Quizás sea un buen día para empezarla.

Lea también:

Más datos sobre Juan José Saer en Wikipedia.

«Sombra sobre vidrio esmerilado», en el excelente blog La Audacia de Aquiles.

«El concepto de ficción», en Literatura.org.

Hoy en Página 12 – La vuelta completa sobre la obra de un clásico

Literatura de la compasión. Releyendo a Bohumil Hrabal.

enero 18, 2011

Bohumil Hrabal

Todos tenemos nuestras manías, excentricidades o locuras, pero nos relacionamos con los otros intentando ocultarlas o, como mínimo, convertirlas en meros hechos anecdóticos. ¿Qué pasaría si nos abriéramos del todo, exponiéndonos? Sacaríamos a la luz lo que nos hace diferentes, únicos. Nos haríamos personajes de las historias de Bohumil Hrabal, escritor checo indispensable. Cuando lo leo, siempre me acuerdo de Fernando Pessoa, o del poeta Manuel de Barros, o de Sócrates, pensadores que creaban a partir de su condición de polvo, de su pequeñez, con una compasión visceral por los infelices, por los miserables que tienen vidas llenas de milagros a pesar de sí mismos, por aquellos que no saben nada de la gran filosofía, ni de religión ni de literatura, simplemente porque viven inmersos en ello. Así fue la vida de Hrabal, al que, de joven, le gustaba salir todo engalanado con sus mejores trajes, pero con los pies descalzos, aunque sintiera mucha vergüenza y sus ojos estuvieran siempre fijos en el suelo.

Su obra retrata la ironía de los tiempos en los que él vivió durante sus 80 años, con personajes lacerados por deseos (a menudo pequeños) que no logran concretarse simplemente porque hay fuerzas (el poder instituido o la misma ironía de la vida) que no permiten su concreción.  Como una vez, en 1946, en que Hrabal, que había abandonado la carrera de derecho, estaba muy contento por haber sido ascendido de su puesto de soldado de artillería y por comenzar a usar un uniforme más importante, solo para finalmente, como en una historia cómica, su ascenso ser revocado. Después trabajó como obrero, metalúrgico, prensador de papeles, vendedor de juguetes, de redes para el bigote, y de todo tipo de cachivaches que lo tenían viajando por la Bohemia, en contacto con las personas que más le interesaban, los seres más sencillos, en los que se ve el dolor y la alegría de lo cotidiano. Por eso, los personajes de sus novelas tienen las profesiones más insólitas, como el viejo que trabaja en una prensa de papeles (Una Soledad Demasiado Ruidosa), el mesero Ditie (Yo que he Servido al Rey de Inglaterra), el anciano zapatero Jiri (Lecciones de Baile para Mayores), el empleado de la ferroviaria (Trenes Rigurosamente Vigilados).

Sus narraciones en primera persona, en las que se desgarra para mostrar pequeñas particularidades que son tan universales, nos acercan a un mundo melancólico, surrealista, lleno de belleza.

“[…] estaba tendido desnudo y miraba el techo, la rubia acostada a mi lado, miraba igualmente el techo, y de buenas a primeras me levanté y saqué del florero una peonía y quitándole los pétalos, cubrí el vientre de la señorita, todo él, aquello era tan hermoso que me sorprendí y la señorita se levantaba y miraba también su propio vientre, pero las peonías se caían, así que la volví a acostar tiernamente, para que quedase tendida, y fui a coger un espejo colgado de una escarpia y lo puse de tal manera que la señorita pudiese ver qué hermoso era su vientre decorado con los pétalos de peonías, le dije que sería hermoso, que siempre que viniese y hubiera flores a mano, le cubriría la tripita con ellas, y ella dijo que esto aún no le había sucedido nunca, semejante honor a su belleza, y me dijo también que se había enamorado de mí por aquellas flores y yo le dije que sería hermoso que, cuando en Navidades cortase ramitas de abeto, le cubriese la tripita con aquellas ramitas, y ella dijo que sería más hermoso si le decorase el vientre con muérdago, pero que lo mejor de todo sería, y esto lo tenía que encargar, que hubiese un espejo colgado desde el techo justo sobre el canapé, para que nos viésemos acostados, sobre todo ella, para que pudiera contemplar qué hermosa es cuando está desnuda con la corona de flores en torno al conejito, corona de flores que variaría según las estaciones del año y las flores típicas de cada mes, qué hermoso sería cuando más adelante la cubriera con margaritas y lagrimitas de la Virgen María, crisantemos y dalias y también con hojas de colores otoñales… y entonces yo me levanté y la abracé y me sentía grande […] comprendí que con dinero no sólo puede adquirirse una bella muchacha, sino que con dinero también es posible comprar poesía.” (Yo que he servido…)

Aquí vivió Hrabal

En este tramo de Yo que he Servido al Rey de Inglaterra, vemos el heroísmo del personaje, un éxtasis alcanzado a través de un simple acto de atención hacia una prostituta que se ve coronada de flores. Sus personajes están sumergidos en el absurdo a tal punto que sus corazones no logran dar cuenta de la realidad, sino que, más bien, la realidad los engulle mientras ellos intentan aprehenderla desde la sencillez de sus emociones.

Hrabal contaba sus historias como lo hacía su tío Pepin, con una verborrea en la que encadenaba relatos de muchas experiencias vividas, pero, principalmente, de alguien que ve la vida como una fiesta o una sorpres, también como hacían los escritores surrealistas con su escritura automática. Pepin era su ídolo, tanto como André Breton o Dali. En Lecciones de Baile para Mayores, por ejemplo, hay una sola oración que empieza y no termina, sin puntos seguidos ni apartes:  un hombre va recordando su pasado y una cosa le recuerda otra. Ese estilo está presente en todo Hrabal y hace que sus libros sean una pequeña explosión de milagros y uno se quede siempre pensando en lo sorprendente que es la vida.

“Los libres pensadores reprochaban a la Iglesia que Cristo, si era Dios, tuviera relación carnal con una mujer perdida, pero yo decía que en eso no había nada que hacer, que ante una belleza yo también me rendía, como no iba a sucumbir Cristo, Nuestro Señor, el hombre más seductor de su época, y ya ven, María Magdalena, aunque de oficio fue ramera en un bar, logró, no obstante, la santidad y conquistó  popularidad en el cielo y no traicionó  a Cristo; con su propio cabello limpió su sangre y él, pobrecito, clavado en la cruz por haber predicado a favor del progreso social y que todas las personas fueran iguales.” (Lecciones de baile para mayores)

Hrabal ha sido criticado por haberse mantenido ajeno a la política en su país, por haber cedido ante el régimen para poder seguir publicando, cuando tantos escritores se vieron obligados a exiliarse para sobrevivir. Para él, irse de su país natal era la muerte y allí se quedó ante el miedo, que lo empujó a escribir. Se fue a su casa en los bosques de Kersko, con sus gatos y su mujer Pipsi, y allí escribió dos de sus grandes obras, Una Soledad Semasiado Ruidosa (1971) y Yo que he Servido al Rey de Inglaterra (1976). Pero el pavor no lo abandonó nunca. En Cartas a Dubenka él lo describe muy bien. Lo que quería era ser publicado en su país y nunca traicionó lo que llevaba dentro: las ganas de libertad y de tomar cerveza en el Tigre de Oro sin que nadie le molestara.

 

El Tigre de Oro, Praga

El Tigre de Oro, Praga

Si los libros de Hrabal no tienen un tono consternado de denuncia, jamás dejan de abordar el peso de la cultura o del poder sobre el individuo. No el individuo político en tanto parte de una «clase para sí», sino el hombre común, el que sufre cuando se le muere un gato o que aún intenta buscar dignidad en la humillación inventándose explicaciones que hagan el mundo un poco más plausible. Porque, antes que la política, es el sufrimiento humano lo que nos hace iguales.

Hrabal se destripaba en sus libros, en los que hablaba de sí mismo, de las personas que conocía, de las historias que escuchaba en los bares. Si su obra fuera pictórica, sería un Hieronymus Bosch, con esas personas con caras de cerdo, tan patéticas y tan dignas de compasión, en un cotidiano mágico, lleno de posibilidades.

 

Para leer más:

Un cuarto y un mercado propios

enero 10, 2011

Virginia Woolf

El nacimiento de una obra de ficción, desde su gestación hasta el producto finalizado, sigue siendo un misterio rodeado de palabras como genialidad, inspiración, dolor, necesidad, arte, placer, entre tantas otras abstracciones. A menudo, la creación es mistificada (y más aún entre las obras que son consideradas “de arte”) y el creador es, entonces, una joya rara entre los mortales. Ya en 1928, Virginia Woolf tuvo el valor de sacar uno de los velos sagrados que cubrían la creación literaria exponiendo, con perspicacia e ironía impares, cómo en esa deformación residen también características de los roles de género presentes en la sociedad.

La clave de su brillante ensayo Un cuarto propio (1928), sin buscar aquí resumirlo, enfoca algunos elementos necesarios para la escritura y el desarrollo de la creatividad: gozar de buena educación y acceso a libros, tener un ingreso razonable que le permita a uno disponer de tiempo para escribir sin por eso dejar de comer y, prácticamente como consecuencia de ese ingreso, un cuarto propio donde uno pueda encerrarse y dar rienda suelta a la imaginación. Se da por sentado que han sido los hombres, a lo largo de la historia, los grandes señores de esos tres anhelados bienes. Ella explica, de ese modo, por qué los autores varones llenaban las estanterías incluso aún en su época, ya entrado el siglo XX.

El paralelo que la autora dibuja entre el espacio y la creatividad es fundamental. Al principio, ella va mostrando lugares que prohibían su entrada por ser mujer y relacionando el control del espacio no sólo con la dominación masculina, sino como algo que imposibilita el desarrollo de una creatividad libre y rica. Al preguntarse sobre qué hubiera ocurrido si Shakespeare hubiera tenido una hermana tan genial como él, Woolf es tajante al contestar que ni por asomo una mujer podría haberse aventurado por Londres en búsqueda de nuevas oportunidades, menos aún como actriz, y, caso que lo hubiera intentado, seguramente no hubiera sobrevivido. El espacio de la mujer, a lo largo de su historia, se restringió al hogar (en el que, por cierto, terminó plasmando todo el desarrollo de su creatividad con las tareas de decoración de ambientes), mientras que su tiempo estaba al servicio de los suyos (ancianos, hijos, marido…) y de las labores cotidianas.

Atada a un mundo doméstico y típicamente oral, cuando la mujer se pone a escribir, dice Woolf, lo hace desde su género, dejando que el texto transpire el hecho de haber sido escrito por alguien que no ha escrito siempre. Así, la mujer escribe para o sobre mujeres y desde una perspectiva femenina y emocional muy marcada, mientras que el hombre escribe para y sobre la humanidad. La tradición avala nuevas conquistas: “Ve a cruzar el Atlántico”, diría un padre a su hijo, después que tantos otros ya lo han cruzado. Las mujeres, sin tradición arraigada en la literatura, tendrían que prácticamente empezar de cero y ella instaba a sus oyentes/lectoras a que lo hicieran de un modo fresco, desde la soledad de la condición humana, antes que desde el salón de sus casas, desde la relación del ser humano con la realidad, antes que desde la relación entre individuos.

El ensayo de Virginia Woolf, claro está, va mucho más allá de cualquier simplificación, pero lo recuperamos aquí para pensar en la situación de la mujer en la literatura hoy, después de la revolución feminista de los años 1960/70 y la entrada masiva en el mercado laboral, cuando la mujer (al menos en gran parte del Occidente) puede ser independiente financieramente y tener su cuarto propio si así lo desea.

Es indudable que las mujeres se han lanzado con ganas al mundo de la ficción en el siglo XX y lo que vamos del XXI (aunque sólo doce –de 103 en total– hayan recibido el Nobel de Literatura desde 1901 hasta hoy, sólo por tomar un parámetro arbitrario). Además, se sabe que la mujer lee más que el hombre, consume más libros y, actualmente, lee y escribe más blogs. A pesar de su presencia en el mercado laboral, en los hogares donde hombre y mujer trabajan ésta sigue encargándose del cuidado de los niños y enfermos, de la organización de la casa, cocina, limpieza. La conciliación trabajo-hogar aún es tema de debates de políticas públicas. La igualdad de derechos ha sido conquistada desde la puerta de casa hacia afuera, mientras la que tradición prevalece dentro del hogar.

Si siempre ha habido una literatura barata y romántica para mujeres que soñaban con el príncipe azul, durante el siglo XX que Virginia Woolf no terminó de ver, hasta hoy, a pesar de la mayor diseminación de la educación entre las mujeres, ese tipo de literatura ha vivido su auge con best sellers que retroalimentan a Hollywood, creando una máquina de inventar mujeres ilusionadas con una idea de amor romántico en el que se conjuga siempre la sorpresa, el sexo, el glamour y los viajes a París. El éxito de libros y series como Sexo en Nueva York lo puede corroborar.

Además, los libros de autoayuda (boom editorial a partir de la new age sesentista) marcan una nueva ficción que lucha por proclamarse “no ficción” y, así, legitimar su derecho a desechar los usos y prácticas de siglos de tradición literaria que han enriquecido tanto el conocimiento del carácter humano para, ahora, intentar hacerlo mediante punteos o parábolas desprovistos de riqueza formal o estilística. Y no hay duda de que las mujeres son las grandes consumidoras de libros de autoayuda. Virginia Woolf se retuerce en su túmulo.

Una de las maravillas de nuestra época es la diversidad. Hay libros para todos los gustos y hay gustos para todos los libros. Pero el filisteísmo también es un rasgo imperante en los días que corren, de modo tal que a uno le resulta indiferente qué se lee, con tanto que se lea, sin que, después de tantos años de lucha por la diseminación de la educación entre mujeres (y hombres, por supuesto) se pudiese exigir como mínimo calidad, pluralidad y profundidad.

Hoy las mujeres tenemos dinero, un cuarto propio, si lo queremos, pero pocas leen a la misma Virginia Woolf u otras tantas grandes que fueron sus contemporáneas o que la siguieron en la historia. El canon literario aún está escaso de autoras, aunque ellas colmen los estantes de las librerías. El mercado editorial considera que las mujeres quieren una literatura menor, remilgada y anticuada, y eso les ofrecen. A su vez, se encarga de compartimentar muy claramente qué es literatura para mujeres y qué es la gran literatura, o Literatura, casi siempre escrita por hombres, como todos los que han ganado el Nobel y todos los que cualquier de nosotros podemos pensar automáticamente si nos proponemos a hacer una lista de “grandes escritores”.

Si, por un lado, el mercado es condescendiente, las mujeres son las responsables por lo que consumen y por lo que escriben, pero aquí no hay culpables, hay sólo agentes en un intrincado juego de valoraciones literarias, pero también morales, que pautan la escena literaria y el mercado editorial. Sin embargo, si nos preguntáramos hoy sobre una posible talentosa hermana de (para poner un nombre) Mario Vargas Llosa, ¿hubiera ella llegado donde ha llegado él? Supongo que nadie diría que hubiera sido imposible, como en los tiempos de Shakespeare, pero el sí rotundo todavía sale con dificultades.

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