Ushuaia, la cárcel del fin del mundo (*)

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Los primeros habitantes de Ushuaia: los prisioneros y sus guardianes en la prisión-ciudad

Llegan los primeros habitantes de Ushuaia, la prisión-ciudad.

El Documental La cárcel del fin del mundo ( 105 minutos) de la argentina Lucía Vassallo fue rodado en 2013 en Ushuaia, provincia de Tierra de Fuego (Argentina). Estrenada en 2014, la película recupera el origen de la ciudad, concebida como prisión a finales del XIX. Prisión del fin del mundo, que se mantuvo hasta 1947 y posteriormente fue utilizada como penal militar. Hoy todavía, la Colonia Penal del Sur está en el imaginario colectivo de la ciudad, de todo un país.

La película ha sido declarada de interés por la Secretaría de Derechos Humanos de Argentina. A partir de testimonios y experiencias reales, vemos como los encarcelados carecían entonces de las mínimas condiciones de dignidad humana, y como sus Derechos Fundamentales fueron vulnerados. Hablamos de sistemas carcelarios, prisiones militares, que no hace tanto tiempo dejaron de existir, que todavía siguen existiendo.

Los primeros pobladores de Ushuaia fueron los propios presos y sus carceleros. Las fotografías antiguas, que recupera el documental, nos muestran su llegada en barco, los primeros días construyendo las instalaciones, el trato violento, o las míseras condiciones de habitabilidad en barracones, en un entorno frío a menudo cubierto de nieve frente a la Antártida.

Se apela a los sentimientos y a la razón desde el principio, empezando por unas escenas de teatro vivencial: recreación de lugares y hechos allí vividos como si fueran nuestra propia realidad. Obra de teatro, al fin, creada por Carlos Pedro Vairo, autor de la mayoría de libros sobre el presidio austral, al que ha dedicado numerosas investigaciones, y que desde hace tiempo es el director del Museo Marítimo y ex-Presidio de Ushuaia.

El pasado va más allá de la recreación, y se adentra en investigaciones y estudios, testimonios escritos por los propios presos, y otras voces: incluyendo, por qué no, la de los  propios carceleros, o sus descendientes. Ellos también dejaron impreso, o cuentan de viva voz, lo que allí vivieron.

El penal acogió gran variedad de presos y condenas. El sistema carcelario no distinguía por entonces, ni en eso ni en otros muchos conceptos que hoy nos parecen básicos. Habría que esperar a la nueva política carcelaria del General Perón en 1947, que oficialmente cerró el penal y lo convirtió en Base Naval. Entonces comenzó a considerarse a los encarcelados algo más que un número, que su vida tuviera algún tipo de derecho, aunque sólo fuera en teoría.

Entre los presos comunes, el famoso asesino en serie Petiso Orejudo, llamado así porque cuando cometió los crímenes era tan joven que le operaron las orejas para intentar modificar su carácter. Lo acabaron matando en la propia prisión por cargarse al gato mascota de la misma.

Entre los presos políticos, el anarquista Simón Radowitzky, que participó en el atentado que costó la vida al jefe de policía Ramón Falcón. De él se conserva una carta de 1927, a la Federación Obrera de Argentina, en la que relata sus torturas y, a la par, sus ganas de seguir luchando por la vida.

Otros documentos de los presos muestran la dureza del día a día: lavarse -rompiendo antes el hielo formado por el agua., evitar las temidas heridas del frío -cuando no hay nada con qué curarse-, la obsesión por la libertad -intentos de fuga incluidos-, el ansia de luz y calor -en una latitud en la que a las tres de la tarde es ya de noche-. La angustia por el futuro,  la incomunicación durante años.

Descendientes de carceleros u otros trabajadores del Penal- provenientes de Argentina, de España o Europa- recuerdan sus trabajos en torno a los presos. Familias enteras que vivían del penal, que conservan testimonios muy diversos: obras, reparaciones, talleres de aprendizaje y- como no- también torturas.

Experiencias enfrentadas, donde no faltan las poesías de los presos, recopiladas por la escritora Alicia Lazzaroni, o la inmejorable narración de Javier Valentín Diment sobre textos -entre otros- del preso número 21: Santiago Vaca, quien en 1927 relata cómo se prepara para el intento de fuga en el trenecito que les lleva a talar los bosques: «comía copos de nieve para que se entremezclaran con la sangre, exigía a mi cuerpo lo máximo para cuando llegara la ocasión. No podía fallar».  El escape en grupo acabó en matanza.

La historia real del penal es tristemente célebre y bien conocida en Argentina, a pesar de haberse perdido la mayor parte de los documentos oficiales, o de que se desarrolle en el último confín de la tierra, alejado y aislado, especialmente en aquellos años. Como se afirma en el propio documental, ya no hay material para una mayor producción escrita.

El principal aporte de la película es el irónico final: imágenes de la última Fiesta de la Asociación en apoyo al Hospital Naval Militar (antes hospital del presidio), desfiles de la Armada en Ushuaia se entrecruzan con las anotaciones del diario del preso Comodoro Lapuente en 1956: «Hoy cumplo 9 meses en prisión (…). Un mes y cuatro días confinado, sin comunicación. Esta democracia liberadora, que es la dictadura más grande que jamás ha tenido el país, procede así. Ni Perón, el tirano, como le llamaban ellos, hizo cosas iguales».

(*) Publicado previamente en Aljazeera Documentary Film Festival, en Árabe e Inglés.

Otras reseñas publicadas en Aljazeera:

Edificio España

El último abrazo

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4 respuestas to “Ushuaia, la cárcel del fin del mundo (*)”

  1. Noelia_Alvarez Says:

    Buena reseña. Se ponen los pelos de punta al leer e imaginar las condiciones duras de vida en la cárcel que se mencionan. Aprovecharé estos días para verlo 🙂 Es genial, aparte, de nuevas lecturas descubrir en este blog documentales.

    • Nieves Martín Díaz_El Planeta de los Libros Says:

      Gracias Noelia! Al final este va a ser el planeta de contar historias, sea el formato que sea 😉

  2. La Mirada del Silencio. II Parte del Genocidio Indonesio (*) | El blog del Planeta Says:

    […] Ushuaia, la cárcel del fin del mundo […]

  3. Beatriz Buscarini Says:

    Mi papá Jorge Harold Busacarini fue un preso politico

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