Exilio Interior

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De nada sirvieron las velas encendidas para que la selección acabara antes su partida. De nada mi mini-campaña por la falta de cultura alrededor del espectáculo circense. Llegué a abrazar públicamente la condena al video en el que una supuesta niña paraguaya aparecía como una pordiosera, antes del partido que enfrentaba su país con el nuestro. De nada sirvió todo y mis peores augurios se confirmaron: los futbolistas españoles llegaron a la final del “mundial”. Escucho esta palabra a mi alrededor con tono de admiración. A cualquier cosa le llaman mundial. No sólo es que haya más países fuera que dentro, es que la parte de ellos que está se cree la más privilegiada, la más fuerte, la élite de la élite, la cima más poderosa, la cúspide de las cúspides. Sólo falta que suenen violines (o vuvuzelas, que son las que mandan ahora) y la masa sin cara ni ojos, o sea nosotros, casi todos, dispuestos a babear.

A mis amigos les digo que tengo a gala no haber visto ni un partido de este mundial, tampoco claro está en los que juegan “los nuestros”. Las comillas marcan el retintín con el que lo digo, con el que lo siento. Esa élite deportiva que cada vez aparece más en las revistas de cotilleos, cuando no en escándalos de todo tipo, y que poco tiene que ver con “mis nuestros”. Qué quieren. Será el deporte más popular del mundo pero yo no dejo de ver la diferencia y, por tanto, la mano que mueve los hilos. No lo digo por esos árbitros extraños (ya ven que a algún amigo oigo cuando me habla de fútbol) que igual dan la victoria a unos u a otros. Al fin y al cabo ellos dan la cara y hasta son conscientes de que en su trabajo tienen que tragar una dosis regular de insultos. La agresividad no está reñida con el fútbol. Tampoco parece que esté reñida con nuestras sociedades.

Pensaba yo en los antiguos circos romanos. Ahora que el “imperio” no crece (la crisis), un espectáculo de fieras debe ser lo más conveniente. Vende más que una nueva televisión cultural o algo así (aquellos lejanos proyectos). Importante que el circo se desarrolle tanto en el campo como fuera de él. Y Madrid es un buen escenario para ello: jóvenes pintarrajeados, y vestidos con banderas hasta las cejas, adolescentes la mayoría, que inundan la ciudad después de cada victoria. Tan mal ejemplo les dan los ganadores de los estadios que ellos fuera creen emularlos formando un grupo de energúmenos crecidos, dispuestos a parar por ejemplo la circulación de un autobús en cualquier gran avenida: sábado 3 de julio, once de la noche, avda. Menéndez Pelayo.

¿Qué nos queda sino profundizar en el exilio interior? Y a eso me estaba dedicando yo, casi calladita, sin mayores pretensiones y menos manifestaciones públicas, que seguro no me traerán nada bueno (aunque creo que ya alguna vez les hablé del “Dios Fútbol”, el usurpador de espacios de nuestra Radio y Televisión Estatal, ésa que sigue adoleciendo de programas culturales). Y estaba yo, en los lugares imaginarios que te permite el pensamiento, hasta la noche pasada. Desvelada por pitos y pitidos hasta la madrugada. Que por más que me estrujo el cerebro no entiendo que para divertirse haya que molestar al otro. Y, de repente, la toma de conciencia: la final les hará más fuertes. Más fuertes a corto, medio, y largo plazo. Y se colmó el vaso de la paciencia. Y entonces dije: a las armas (a las letras). Y ni un paso atrás (ahora les explico)

Hoy se presenta en Madrid la 23ª Semana Negra y, por supuesto, entre los más de 40 escritores que moderará Taibo II, habrá mucho futbolero. Al que pretenda entablar conversación con este tema, habrá que remitirle a la entrada de hoy en el blog del planeta. Mañana viernes, el Tren Negro nos llevará a periodistas y escritores a la linda ciudad de Gijón, donde nos esperan cerca de 150 escritores (por no hablar de editores, agentes, y otros profesionales del sector). Pues bien, esperando contar con el beneplácito de la organización, de su espíritu crítico y contrario al pensamiento único, hago públicos mis votos, que son así de sencillos: juro solemnemente que sobre esta tierra…, o sobre este planeta (de los libros) jamás habrá letras de fútbol, o lo que es lo mismo, intentos del fútbol de aprovecharse de las letras, o de las letras de aprovecharse del fútbol, que ambas cosas no es que sean incompatibles, es que han iniciado la lucha. Y para que así conste, hago público este escrito.

Y, por supuesto, ya buscaré en Gijón algún tipo de exilio, interior o exterior (que bellas playas hay) el día de la «gran» final. Algún lugar real o imaginario donde escuchar lo menos posible el ruido ensordecedor, que tanto nos atonta.

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