Humanas

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Ayer me acerqué al Teatro del Centro Cultural Buenavista con pocas expectativas.  Se estrenaba una producción de la Fundación Ana María Iriarte: “Humanas”, la premisa era clara, o así la entendía yo: representar y dar voz al maltrato a las mujeres desde la memoria de otras mujeres, las transgresoras de la historia, las que consiguieron de una forma u otra darle la vuelta al maltrato, transgredir la histórica discriminación social de la mujer. Allí estaban, entre otras, la monja alférez, que consiguió venia eclesiástica para empuñar las armas, para que llevara “una vida de varón” (que eso era lo de las armas y quizá todavía), con una sola condición: que fuera una buena cristiana.

Ella era la primera. Y, si su historia ponía en la picota los poderes religiosos y sociales, en la siguiente se denunciaban a la par la pobreza y la falta de escolarización, con la ecuatoriana Mª Dolores Cacuango. Eran doce en total, elegidas por su valor y diversidad: la tristeza final de Carmen de Burgos –representada por una mujer maltratada que lleva tres meses escondida en Madrid- y también la hilaridad de una clown que parodia a Lucille Ball, la famosa actriz de la serie “I love Lucy”; pasando por Mary Wollstonecraft, a través de su hija, Mary Selley; Clara Campoamor o Frida Kahlo.

Si hablar de transgresoras es ya complejo (aunque sin duda el término tiene más adeptos que el de feministas), el tema de los malos tratos es todavía más complicado. En esto, como en tantas cosas, la banalización y la utilización política partidista están a la orden del día. Por eso quizá mis reservas antes de ver la función: muy pocas veces se consigue -de forma airosa- llevar a un escenario cuestiones de tanta trascendencia y actualidad. Muchas veces las representaciones caen en el victimismo, o la demagogia, y lo que en principio tenía como objetivo un mayor conocimiento, apreciación y hasta concienciación de la desigualdad entre hombres y mujeres, acababa produciendo el efecto contrario, manteniendo los viejos estereotipos, incapaces de revisar si quiera nuestra memoria personal, ¿cómo fuimos aleccionados para convertirnos en víctimas, o cómo llegamos a ser verdugos?

La razón del éxito de Humanas quizá haya que buscarlo en lo que no se ve en el escenario. Después de la obra, hablaba con Alejandro Inurrieta, de la Fundación Ana María Iriarte, sobre lo bueno que sería llevarla a otros escenarios. Yo pensaba que con las mismas actrices, algunas de ellas mujeres maltratadas que se suben por primera vez a las tablas pero a las que resulta casi imposible diferenciar de las actrices profesionales. Sin embargo, no se trata de puro teatro, a pesar de la camiseta que llevaba Alejandro, se trata de que el teatro sea una forma de expresar ese gran hándicap de nuestra sociedad: la desigualdad social de las mujeres traducida en violencia soterrada o sangrienta. Para que se exprese bien, para que no sea pura pantomima, la Fundación quiere que a cada teatro, en cada ciudad que se represente, se suban las auténticas protagonistas, o al menos algunas de ellas, las intérpretes reales de un drama que como un chapapote se esparce fuera del escenario.

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