“Alejandría Digital”, y otras formas de edición

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Llevo varios días en una atmósfera, casi, de ciencia ficción. El cambio de lo analógico a lo digital está produciéndose poco a poco desde hace años, pero es ahora quizá más imparable que nunca. Falta todavía mucho por hacer y tampoco se trata de dejarnos llevar por el “ciberfetichismo”, como bien dicen César Rendueles e Igor Sádaba en el libro de varios autores: “Dominio abierto. Conocimiento libre y cooperación”, editado por el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Es indudable el cambio cultural, social y económico que supondrá el nuevo panorama digital, y espero que ese cambio no se identifique con una sola política, o al menos no con la peor, con ésa que antepone los intereses de grupos y oligarquías poderosos en detrimento de la amplia base que conforman los ciudadanos.

Cuando empecé a pensar en esta nueva sección en el programa, “Alejandría Digital”, tenía claro que debía tratar el impacto de la nueva tecnología en el sector del libro de la forma más abierta posible. Ya llegarán censuras y controles, también presentes en las nuevas tecnologías, pero lo contrario sería como si al hacer un programa de libros en radio dijéramos que un libro – por tal o cual razón- no puede estar en el programa. De entrada todo soporte libro nos interesa, luego viene la selección necesaria y que fundamentalmente atiende a la diversidad y a la calidad, desde la universalidad de la literatura.

Decía Taibo II en el último programa que “La industria editorial española sufrió una crisis de provincianismo en los años 80, y que todavía le dura”, lo comentaba refiriéndose a la exclusión desde entonces de gran parte de la literatura latinoamericana. Seguramente le sorprendió a Paco una breve reflexión que hice al respecto de si la nueva edición digital podría ayudar a superar ciertas mentalidades y problemas de distribución, como los que hay entre la literatura en español a uno y otro lado del charco. Resulta que estos problemas me parecen vergonzosos, desde hace tiempo, y quizá las ganas de solución me provocan esos deseos, ingenuos tal vez pero, a estas alturas, es cada vez más difícil renunciar a los sueños.

Sueño también con los ancestros de la civilización, ésos que dicen están en África aunque no los recordemos. A raíz de la reciente matanza en Guinea Conakry (sigo esperando reacciones contundentes de la comunidad internacional) leía este comentario en un diario digital: “existen regiones de África donde ya existían la escritura y escribían libros aún antes que lo hiciese Grecia, por poner un ejemplo el Geez etíope es una lengua semita con raíces hebreas más antiguo que el griego y oriundo de Etiopia”.

En el SILA, el Salón Internacional del Libro Africano, pude escuchar el debate en torno a las lenguas de África, cómo muchas no tienen escritura y cómo esto ayudó a que otras lenguas europeas, como la francesa, continúen siendo las “oficiales”. A la espera del programa que le dedicaremos el martes 13 (genial fecha varias veces alabada en nuestra breve historia radiofónica), sólo quiero destacar que un Salón tan necesario como inevitable ha sido posible gracias al esfuerzo de una pequeña editorial. Me quito el sombrero de periodista cuando observo cómo pequeños -pero dignos- proyectos editoriales tomas las riendas que a otros – grandes- se les cayeron de las manos.

En fin, que la temporada ha empezado caliente. Dicen que más que nunca suena el programa, de eso se trata, de que suene.

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