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Madame Bovary no puede crecer

noviembre 25, 2014

mil noches, una bodaHoy 25 de noviembre, voy al pase de prensa de «Mil noches, una boda«, que se estrena en Madrid el día 5, aunque tuvo preestreno ayer en el Festival de Cine de Gijón. La primera parte de la película es sin duda excesivamente realista: basada en la historia real de la madre de uno de los directores, una mujer de sesenta años que continúa ganándose la vida en un Cabaret, la cámara no rechaza el morbo, como tampoco la rutina o la vulgaridad cotidiana. Quizá todo ello tenía su razón de ser, incluso para molestia del espectador, porque poco a poco la duda y la curiosidad nos hacen despertar: Angélique se convierte a su edad en una inesperada «Pretty Woman» y sus cuatro hijos y todas sus antiguas compañeras parecen, como ella, encantados de un giro tan esperanzador para su vida.

Así le ocurre también a muchos espectadores, tanto creyeron que se trataba de otro cuento de hadas que no entendieron el inesperado final (que, por supuesto, no les voy a destripar). A mí me hizo recordar nada menos que a Madame Bovary, desobediente, romántica y sí, quizá también, un poco inmadura, ejerciendo ese derecho a la discrepancia que tanto castiga la educación femenina. Qué aventureros los hombres inmaduros, qué malas las mujeres no aptas como madres o esposas.

Al salir de la proyección, la siempre desproporcionada mayoría de hombres que realizan la crítica cinematográfica en nuestro país se muestra escandalizada: cómo a su edad una mujer puede actuar así, lo dicho en el título: Madame Bovary no puede crecer, una cosa es una jovencita alocada, otra que no siente la cabeza una mujer al inicio de la vejez, ¿por qué no se dedica a tomar sopitas y cuidar a los nietos como la mayoría? Otros comentarios son peores: cómo ella -una trabajadora de Cabaret- le niega a él su cuerpo… Ha sido puta una vez, lo será siempre. La película no tiene que ver con la violencia de género que se celebra hoy pero, seguramente, toda violencia comienza celebrándose en el cerebro.

Y hablando de cerebros, compartimos hace un par de días en las Redes la entrevista que en enero de 2008, hacíamos al flamante Premio Cervantes 2014, Juan Goytisolo. Lo entrevistamos por el conjunto de ensayos «Contra las sagradas formas«, y antes incluso de saludarle decíamos algo así como que en el libro se dicen muchas verdades, que más de una vez se silencian. Junto a la crítica a las Sagradas formas, en la religión o en la literatura, recuerda Juan Goytisolo que la homofobia y misoginia siempre andan a la par.

Recuerdo especialmente agradecida su reivindicación del «oído literario«,  cuya existencia equiparaba a la del más conocido «oído musical». También he recordado estos días cómo lo apoyaba: con su práctica de la lectura en voz alta. Goytisolo no desprecia el sonido de las palabras, como muchos intelectuales , sino que la reivindica. Tanto es así que, hace ya bastantes años, gracias a uno de sus artículos se puso en marcha el Patrimonio Oral e Inmaterial de la Unesco, cuyo jurado presidió durante años, lo que le supuso un conocimiento mundial que dio como resultado, entre otros trabajos, sus Relatos de Arena. Como él recordaba en la entrevista: 50.000 años de oralidad no pueden desaparecer ante los 6.000 de escritura, ésta acaba incorporando además lo que llamaba con acierto: oralidad secundaria.

Aquella entrevista se hacía por teléfono, Goytisolo estaba en Marrakech, donde vive habitualmente, así que quizá la única pregunta comprometida que le hicimos fue sobre su NO apoyo, públicamente reconocido, al pueblo Saharawi (minuto 28) Para terminar le preguntamos si era algo buscado la falta de Premios a sus obras: «no he concebido nunca la escritura como una carrera». Y leímos -hace casi siete años- un pequeño texto de «Elogio del saber no rentable» (pág. 291): «La transición política que cambió el rumbo de nuestra sociedad no ha sido acompañada, sino en sus aspectos más superficiales y mediáticos, de una transición cultural, y me pregunto si ésta se producirá algún día, cuando ya no esté aquí para celebrarlo«