Recorriendo el Madrid de la letras con Dostoievski
Por Salvador Moreno Valencia
-Seamos honestos mi querido Rodia, pero lo mejor será comer y beber hoy, pasar la noche aquí en la “casilla” del gran Fénix de los ingenios y luego, mañana, cuando el maestro esté reposando de sus largas horas de aventura nocturna, nos vamos por donde hemos venido; no sea que nos quemen en alguna hoguera por decir que hemos escrito las obras de Lope de Vega.
-En verdad, dijo Jesús a sus discípulos…- hice el intento de seguir con esta frase del evangelio, pero me detuve porque acabábamos de llegar a la cocina precedidos por la ama de llaves, que lejos de ser una vieja gruñona, era todo lo contrario: una joven y simpática chica de unos veintitantos, que no escondía sus atributos y que en todo momento se mostró muy complaciente conmigo. Algo menos con Fiódor, pero para demostrar que las apariencias engañan, ésta a pesar de haber estado dándome a entender que me deseaba, acabó metiéndose en la cama con mi querido batuchka. Bien porque se confundió de cama, bien porque prefirió la experiencia de un hombre maduro como él.
Así que comimos y bebimos hasta que nos hubimos hartado, no sabíamos cuándo volveríamos a disfrutar de tan ricos manjares. Y como habíamos decido por unanimidad haciendo acopio de nuestro sentido común, irnos de la “casilla” aun a riesgo de seguir pasando penurias, disfrutamos de todo cuanto en la casa del Fénix se nos ofreció esa noche. Los detalles de alcoba quedan al albedrío de aquellos que gozan de una imaginación ardiente y azarosa. Pero tengo que decir que fuimos trinidad en el asunto: padre, hijo, y espíritu santo atendidos de una bella Magdalena.
Por la mañana, cuando “Eos la de los rosados dedos, hija de la mañana” apenas había comenzado a teñir con sus suaves manos el lienzo del mundo, salimos de la casa del Fénix de los ingenios por considerar que no sabíamos nada del que nos había contratado: un gran genio, que lo tuvo que ser sin duda, porque dejar esas cientos de obras escritas, no puede ser otra cosa que el resultado del esfuerzo y sacrificio de una creador, aunque en este caso, el mismo, estuviera más tiempo entre los brazos de sus amantes que entre los de Calíope.
Hacía frío aquella mañana. La ama de llaves se apresuró a entregarnos sendas talegas repletas de vituallas, y efusivamente, y sin esconder sus atributos, de los que pudieron gozar los trinos en la noche, nos dijo que volviésemos cuando quisiéramos, ofrecimiento que nos venía como anillo al dedo. Ya sabíamos donde caer de tarde en tarde para satisfacer los deseos del cuerpo, porque, ¿qué es un hombre con un estómago vacío y un escroto lleno?
Mi querido batuchka y yo agradecimos el buen gesto de la Magdalena y ensimismados subimos la calle hasta llegar a la calle León, y allí fuimos hasta “El mentidero de los representantes”, por ver si alguien quería unas coplillas, o unos poemas para regalar a alguna amante díscola. No hubo suerte esa mañana, pero como habíamos comido, bebido y… la noche anterior, y llevábamos cada uno una talega repleta, no nos preocupó el asunto, así que decidimos ir a visitar a otro viejo amigo de las letras, éste con menos fortuna que el que acabábamos de dejar.