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No ninguneen nuestras lecturas

octubre 9, 2017

Abrimos la 14ª Temporada con «Lectura radical de la Constitución«, un programa con el jurista Fernando Oliván, a partir de su libro «Para una lectura radical de la Constitución de 1978«.

Varios oyentes me dicen tras escucharle que no les parece una lectura tan «radical» sobre la Carta Magna. Les recomiendo el libro, sin duda más radical que la entrevista. Oliván mismo aclara cuando hablamos que se refiere a una lectura de raíz, profunda. Un trabajo mucho más valioso que cualquier acto de violencia al que suele unirse el término. Todavía en su escrito dice más: «La lectura radical se opone, así, a esa lectura mojigata que pretende ningunear al ciudadano«.

Esa frase cobra vida en mi cerebro: hay lecturas mojigatas que, no sólo pretenden ningunearnos, lo consiguen. Más allá de los malos best sellers o de autores famosos que se rifan las Editoriales, nos ningunean incluso supuestos grandes Premios nacionales, como el último de la Crítica en España que el propio Rajoy recomienda y que ya ha vendido sus derechos audiovisuales, para que los no lectores lo asimilen en sus pantallas; o Premios internacionales, como el reciente Nobel de Literatura, con el que los 18 suecos quieren lavar las críticas recibidas por el espectáculo Dylan el año pasado.

Poco se ha leído a Kazuo Ishiguru en nuestro país, empezando por mí. Le leo estos días. También me encuentro con el resto de su obra: audiovisual, compositor de canciones, etc. Tiene bastantes premios y distinciones, incluida la Orden del Imperio Británico. Veo alguna novela adaptada al cine: «Nunca me abandones«, la distopía que escribió hace 12 años. Las comparaciones son odiosas pero a veces necesarias. Mientras Margaret Atwood escribía hace 32 años sobre los vientres alquilados para ricos: «El cuento de la Criada«, donde desde la Literatura y la vida adulta abordaba la utilización futura – como histórica- del cuerpo de las mujeres (por no hablar de su mente); Ishiguru 20 años después fabrica granjas de niños para producir órganos, recreándose en la edad de la inocencia.

Es importante seguir recreando mundos, pero para mejorar los ya creados; si no es así estamos ante la mera producción bibliográfica de «novedades». El británico sabe escribir: empezó haciendo guiones para series de TV, luego llegaría el éxito de sus libros y películas. Pero, no dejo de pensar: ¿ningunean de nuevo mis lecturas?, ¿por qué este escritor y no otro? En las apuestas había de todo como siempre, incluso el keniata que sufrió en carne propia el colonialismo británico: Ngugi wa Thiong’o, por el que apostaba ya públicamente el año pasado y que pronto cumplirá 80 años.

Saben que los grandes escritores no son políticamente correctos, no se amoldan al poder, sólo sobreviven a él y eso se le nota, en la vida y en la inmortalidad de su obra (salvando excepciones como siempre). Se le notó a Juan Goytisolo, toda su vida, y cuando recibió el Cervantes (lean su discurso), se le notó al Nobel de Literatura de 1964, Jean-Paul Sartre, que no quiso recoger el premio. Y tantos y tantos otros. Y muchos más que vivieron y murieron sin premios; pobres por no vender su dignidad, aunque acabasen utilizados como mascotas del Poder: «Cervantes y la libertad de expresión«. Frente a la integridad de estos escritores, la élite de la industria del libro o de la cultura, los utiliza para tener cuentas millonarias que inocentes lectores se encargan de abultar.

En estos tiempos de crítica positiva, delicada, o sencillamente autocensurada (elijan el término que prefieran) se nos olvidan los «daños colaterales». Lo que los escritores (y también periodistas) deberían hacer y no hacen, porque llevan tiempo sin hacerlo y gracias a ello no son si quiera criticados sino que reciben premios, distinciones; dinero y poder al fin. El empobrecimiento es sólo para la ciudadanía, ese «daño colateral» continuamente ninguneado.

Recordaba en este primer programa de Temporada que, frente a la participación ciudadana, el poder siempre tiende a concentrarse. Hablábamos de la aplicación de la Constitución y, lo cierto, es que podríamos haber hablado de otros muchos libros, de esa industria editorial que en España presiden dos grandes grupos, con sus correspondientes poderes mediáticos, políticos y económicos que mantienen no sólo la hegemonía sino además el silencio cómplice en los diferentes sectores.

Una lectura no mojigata de los libros en España, o al menos de la obra de algunos de los más famosos escritores, nos llevaría a ver cómo apuntalan imperios y reinos, cómo ningunean las lecturas de todo el planeta. A los ciudadanos no nos hace falta imaginar una granja de jóvenes para tener órganos frescos, ya sabemos que se toman de sociedades esquilmadas o, más cerca, de los desfavorecidos económicamente.

Para valorar el arte literario del flamante Nobel, les dejo un adelanto de «El gigante enterrado», su última obra publicada en España. Ustedes son en definitiva los jueces, los dueños de su propio criterio literario. Ahí sí pueden comparar, así que les dejo un posible texto para ello: «País de Nieve» de Yasunari Kawabata, primera obra del primer Nobel nacido en Japón. Empezó a escribirla en 1935 y entiendo que estará libre de derechos de autor, si no es así no se preocupen: está en bibliotecas y el ejemplar que ilustra el artículo me costó 1€ en el Rastro madrileño.

«Ciudadanos del mundo, ¡uníos!», recordaba Fernando Oliván en el libro. Una ciudadanía planetaria, unida y en paz, que requiere que no ninguneen lo que leemos o escuchamos. En la Historia no sólo ha habido progresos (muchas veces para unos pocos o, como mucho, un tercio del planeta), también ha habido retrocesos, y nos hemos dado cuenta demasiado tarde. Que los retrocesos a los que asistimos hoy no continúen por más tiempo. Hasta el próximo jueves, después de la festividad del día 12, como siempre: que sean muy felices.

Madame Bovary no puede crecer

noviembre 25, 2014

mil noches, una bodaHoy 25 de noviembre, voy al pase de prensa de «Mil noches, una boda«, que se estrena en Madrid el día 5, aunque tuvo preestreno ayer en el Festival de Cine de Gijón. La primera parte de la película es sin duda excesivamente realista: basada en la historia real de la madre de uno de los directores, una mujer de sesenta años que continúa ganándose la vida en un Cabaret, la cámara no rechaza el morbo, como tampoco la rutina o la vulgaridad cotidiana. Quizá todo ello tenía su razón de ser, incluso para molestia del espectador, porque poco a poco la duda y la curiosidad nos hacen despertar: Angélique se convierte a su edad en una inesperada «Pretty Woman» y sus cuatro hijos y todas sus antiguas compañeras parecen, como ella, encantados de un giro tan esperanzador para su vida.

Así le ocurre también a muchos espectadores, tanto creyeron que se trataba de otro cuento de hadas que no entendieron el inesperado final (que, por supuesto, no les voy a destripar). A mí me hizo recordar nada menos que a Madame Bovary, desobediente, romántica y sí, quizá también, un poco inmadura, ejerciendo ese derecho a la discrepancia que tanto castiga la educación femenina. Qué aventureros los hombres inmaduros, qué malas las mujeres no aptas como madres o esposas.

Al salir de la proyección, la siempre desproporcionada mayoría de hombres que realizan la crítica cinematográfica en nuestro país se muestra escandalizada: cómo a su edad una mujer puede actuar así, lo dicho en el título: Madame Bovary no puede crecer, una cosa es una jovencita alocada, otra que no siente la cabeza una mujer al inicio de la vejez, ¿por qué no se dedica a tomar sopitas y cuidar a los nietos como la mayoría? Otros comentarios son peores: cómo ella -una trabajadora de Cabaret- le niega a él su cuerpo… Ha sido puta una vez, lo será siempre. La película no tiene que ver con la violencia de género que se celebra hoy pero, seguramente, toda violencia comienza celebrándose en el cerebro.

Y hablando de cerebros, compartimos hace un par de días en las Redes la entrevista que en enero de 2008, hacíamos al flamante Premio Cervantes 2014, Juan Goytisolo. Lo entrevistamos por el conjunto de ensayos «Contra las sagradas formas«, y antes incluso de saludarle decíamos algo así como que en el libro se dicen muchas verdades, que más de una vez se silencian. Junto a la crítica a las Sagradas formas, en la religión o en la literatura, recuerda Juan Goytisolo que la homofobia y misoginia siempre andan a la par.

Recuerdo especialmente agradecida su reivindicación del «oído literario«,  cuya existencia equiparaba a la del más conocido «oído musical». También he recordado estos días cómo lo apoyaba: con su práctica de la lectura en voz alta. Goytisolo no desprecia el sonido de las palabras, como muchos intelectuales , sino que la reivindica. Tanto es así que, hace ya bastantes años, gracias a uno de sus artículos se puso en marcha el Patrimonio Oral e Inmaterial de la Unesco, cuyo jurado presidió durante años, lo que le supuso un conocimiento mundial que dio como resultado, entre otros trabajos, sus Relatos de Arena. Como él recordaba en la entrevista: 50.000 años de oralidad no pueden desaparecer ante los 6.000 de escritura, ésta acaba incorporando además lo que llamaba con acierto: oralidad secundaria.

Aquella entrevista se hacía por teléfono, Goytisolo estaba en Marrakech, donde vive habitualmente, así que quizá la única pregunta comprometida que le hicimos fue sobre su NO apoyo, públicamente reconocido, al pueblo Saharawi (minuto 28) Para terminar le preguntamos si era algo buscado la falta de Premios a sus obras: «no he concebido nunca la escritura como una carrera». Y leímos -hace casi siete años- un pequeño texto de «Elogio del saber no rentable» (pág. 291): «La transición política que cambió el rumbo de nuestra sociedad no ha sido acompañada, sino en sus aspectos más superficiales y mediáticos, de una transición cultural, y me pregunto si ésta se producirá algún día, cuando ya no esté aquí para celebrarlo«