Cuando dejamos de leer

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El Retiro, Madrid 8/06/2020

Nadie está hablando de otras pandemias más silenciosas que acompañan al Covid-19. Lo rodean o siguen pero parece que nadie quiere verlas, o muchos quieren ocultarlas al menos aquí en España, el clásico: «no hablar de un problema para que no exista».

Esas pandemias no están en los medios de comunicación, de propaganda en su mayoría. Tampoco están en las redes sociales, que tan libres se erigen, ya que la libertad sin pensamiento es el gran tótem del momento. Una de esas pandemias es la que da título de este artículo: cuando dejamos de leer; asistimos callados a un abandono generalizado de la lectura como un virus menor.

Quizá leemos todavía en internet, en las redes. Como leen los ojos con velos, con la censura de algoritmos, que han sido bien aprendidos por los poderes. La cuestión es que no consideremos nuestras propias lecturas como una mordaza; la que nos ponemos nosotros mismos, para solo poner un «me gusta» cuando sea correcto políticamente. Cada vez más alejados de la lectura en libertad, la verdadera, la que profundiza y cuestiona los problemas reales que, por ser básicos, son los más duros de enfrentar, nos dedicamos a esta lectura politizada.

La coyuntura de estos últimos meses, vivir una pandemia y sobrevivir a ella, a pesar de la pésima gestión de nuestros «gobernantes», palabra entre comillas porque si gobierno ya es feo, «gobernantes» apenas se utiliza, no vayamos a descubrir que somos tan pequeños que necesitamos gobernantas y gobernantes; que esta coyuntura tan nueva y estridente nos ha hecho más pequeños, a través del miedo, a través de la desinformación, para que tampoco podamos pensar con claridad: la urgencia, como herramienta contra lo importante.

Más que buscar discursos intelectuales o sencillamente cuerdos, que apenas encuentro, escucho a la gente alrededor. Al llevar tantos años viviendo entre libros o intento de pensamiento, conocidos y amigos me comentan que no se concentran en la lectura de libros. Son gente habitualmente lectora, menos del 50% en España, mientras la otra mitad sigue observando los lomos ordenados que decoran su casa.

Disfruto de los libros, me refugio en ellos sobre todo cuando la realidad quiere más idiotizarnos. Realidad sobredimensionada, o propaganda institucional: ¿Cuántas exposiciones hay de Galdós, cuan cultos quieren hacernos sentir por dar un paseo entre foto y foto, o recorrer con mirada elevada cada libro en vitrina? Esos libros que ni siquiera ojearíamos si los tuviéramos en casa. Las exposiciones literarias sirven para eso; darnos la apariencia de lectores y cultos, aunque no lo seamos.

Sin duda es mucho más fácil, y rentable, montar una exposición «mona» que fomentar la lectura, no digamos ya intercambios entre lectores, diálogos o debates. ¿Debatir en España? Nos comunicarnos a palos, como ya supo bien recoger hace dos siglos el infinito Goya.

Hubo tiempos mejores. En la Transición aunque hubiera palos también había diálogo. Los parlantes venían leídos de casa, de muchos años, de fuentes profundas (o lo que pudieron acercarse a ellas, entonces, cuando todavía se valoraban)

Esta pandemia tendrá muchos efectos negativos. El no leer será sustituido por mayor visceralidad en la sociedad, mayor poder de la propaganda gubernamental (si es televisiva o visual mejor y más eficaz). La realidad es tan clara que siguen hablando de ella periódicos extranjeros. Aquí, dominan la polarización y los prejuicios (para qué esperar al juicio) que avanzan en tropel, solo con un poco más de silencio que las tropas armadas.

Pintadas como las que me encontré en ese banco del parque de El Retiro, el de la foto, se ven también en manifestaciones de extrema derecha. Y la extrema izquierda no le va a la zaga, aunque a veces parezca más sutil. El pasado miércoles 14, cuando salía de una presentación poco más tarde de las 14h, en plena Plaza de los Cubos, un extremista histérico interrumpe mi mobile reading waking (lectura en el móvil mientras se anda). Me viene a contar la sentencia del día, el caso Gürtel.

¿Quién adoctrina a estos jóvenes con más agresividad que cabeza? Sentí su rabia y no le hice ni caso. Según le esquivaba y me alejaba, se puso más y más cabreado, lanzando improperios contra mí ¿Qué había hecho yo? ¿no dejarme asaltar? ¿no dejarme intimidar? Cuando volví la cabeza para reconocerle mejor, por arte de magia, había desaparecido. Me recordó a un secreta israelí en un aeropuerto, hace años, no le vi llegar ni marchar ¿Serán auténticos fantasmas? Su tono fue más delicado, mejor adiestrado, la cólera en voz baja: «es una provocación que lleve ese pañuelo» (un recuerdo jordano).

La política polarizada se adentra en la justicia, la educación, la cultura, los medios de comunicación y la propia calle. Pocos protestamos, como si el tono sacerdotal del jefe de estado y el presidente del gobierno (no me digan que no se dieron cuenta) tuvieran capacidad de adormecernos, a pesar de las cuantiosas broncas en sedes parlamentarias.

La falta de lectura, la falta de calma y de conocimiento, son ya legados del Covid. El virus estará con nosotros unos años, así que multipliquen sus efectos, lo que ya se llama el «idiotavirus». Y cuídense, no solo físicamente, también mental y psicológicamente. Ya saben que somos un todo.

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